El recuerdo del generalísimo

“La historia secreta de un codiciado molde de yeso"
 
Museo Casa de Morelos en Ecatepec (Fotos: Mario Yaír T.S.)

Con el tambaleo de la carreta, un castizo se dirige presuroso al poblado de San Cristóbal Ecatepec. Es la tarde del 22 de noviembre de 1815, un ambiente sereno se respira en el aire, seguramente después de lo ocurrido los rebeldes insurgentes finalmente caerán. El pasajero llega al fin a un inmueble custodiado por el ejército realista, todo está en calma, el único tenso es él.

Su nombre es Pedro Patiño Ixtolinque, un joven que asegura ir a arreglar unos asuntos con respecto a los terrenos de unos indios en Tlatelolco. Lleva un maletín negro con varios objetos dentro, por encima fajos de papeles para guardar las apariencias. Los realistas le ceden el paso y adentro del edificio comienza a buscar la habitación con el mayor sigilo.

Finalmente un mozo le indica el camino entre susurros. Al llegar un guardia lo detiene e Ixtolinque le pide le permita ver al perro traicionero. El guardia le da el paso no sin antes cobrar peaje. Ixtolinque pertenece en realidad al bando insurgente y acaba de lograr entrar en la prisión del Generalísimo José María Morelos y Pavón. Una vez dentro, da un respiro hondo, se acerca al general y abre el maletín…

Monumento a Morelos en el sitio donde fue fusilado
 
Ahora estamos en el año 1900 en el Museo de la Ciudad de Toluca. Nadie sabe si el objeto es fiel o falso, pero nada se pierde con recibirlo. Don Pedro Carrioza, hijo de Ixtolinque, deja sobre la mesa una cosa envuelta con paños de seda. Ixtolinque fue un artista conocido, alumno de Tolsá y egresado de la Academia de San Carlos, pero el ser castizo le cerró las puertas más de una vez, por eso se unió a la causa insurgente. Al triunfo de la independencia su calidad y maestría permitieron que en 1830 se le pidiera un monumento funerario para Morelos. Ixtolinque revelaría la pieza central de su obra pero su salud le impidió terminarlo (las esculturas casi terminadas hoy se exhiben en el MUNAL).

Hay dudas razonables sobre el objeto, pero con las fiestas del centenario tan cercanas, no aceptarlo podría ser un error. Es la pieza faltante del monumento de Ixtolinque. Al abrir el paño la máscara se revela, es el rostro de José María Morelos horas después de su ejecución.

La máscara se reproduce con bronce en gran formato para decorar una pared que Ruiz Cortines inaugura en 1954. El discurso burocrático lo realza. Es el verdadero rostro del héroe nacional, justo a unos pasos de sitio en donde le arrebataron la vida. Ahí está, en el Museo Casa de Morelos; nombre bastante irreverente pues no fue su casa, sino su prisión y lugar de muerte.

200 años atrás, los guardias caminan por sus pasillos con dirección al cuarto del general. Al entrar descubren a Ixtolinque limpiándose las manos con un paño.
- ¡¿Qué hace usted aquí?!
- Yo solo quería ver….
- ¡Larguese! – Ixtolinque carga el maletín y sale - Y ustedes – señala a dos guardias – la orden del virrey Calleja es que no lo mutilen, que lo entierren así como está en la parroquia. ¡Andando!
Nadie sospecha que dentro del maletín lleva oculto el rostro del general. O al menos eso dice la leyenda.
 
Reproducción en bronce de la máscara mortuoria inaugurado por Ruiz Cortines

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