“Una escultura que podría no ser tan antigua como aseguran"
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El Luchador Olmeca en el MNA
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Ponga atención a la siguiente historia y saque sus conclusiones:
En
1962 el abogado Gustavo Corona reveló en un texto llamado “El Luchador
Olmeca” que tenía en su poder esta pieza. Corona cuenta en su texto que:
En
1933, un campesino llamado Miguel Torres, buscaba piedras en su terreno
para construir algo cuando su pala dio con la espalda de la escultura.
Torres la sacó y la dejó sentadita debajo de una palmera hasta su muerte
en 1937. Su familia la vendió a Jesús Cabrera por 5 pesos y
este la dejó guardada en una caja por varios años. Con una fecha
inexacta, Cabrera la vendió al empleado de PEMEX, Luis Bernaldez. En
1945 la conoció Carlos Godard y escribió sobre su existencia, lo cual
orilló a Corona a buscar a Bernaldez para comprarla y revelar al mundo
su adquisición.
Apenas estuvo en sus manos porque así como la
adquirió, la vendió al Museo Nacional de Antropología por 250mil pesos
cuando este se inauguró en 1964. Su extraña pose, la musculatura tan
definida y el rostro tan detallado, obligaron al museo a presentarla
como una obra maestra y pieza clave de la cultura Olmeca (la cultura más
antigua conocida en América). Aquí el problema:
En 2010 la Dra.
Nancy Kelker y Karen O. Bruhns publicaron “Faking Ancient Mesoamérica”
en donde aseguran que la pieza es falsa.
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El Luchador Olmeca o El Hombre Barbado
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Para ellas el realismo
anatómico es extremo para la época en comparación con las piezas encontradas de la misma cultura, la barba fuera de lugar, la supuesta
pose atribuida a un jugador de pelota, ¡inexplicable! y todo ello sin
mencionar que el tipo de piedra no se ha encontrado en la zona del
supuesto hallazgo.
En su defensa, la encargada de la sala e
investigadora, la Dra. Ann Cyphers asegura que guarda semejanzas con el
monumento 34 de San Lorenzo, el 3 de Loma del Zapote, el 11 de La Venta y
el 5 de Laguna de Cerros. Pero si compara las piezas mencionadas los argumentos
estéticos no convencen. La
barba se compara con la del personaje de La Estela de Alvarado, aunque
en la estela en personaje parece tenerla, las huellas del tiempo no
permiten ver que tan bien definida estaba.
Ann Cyphers también ha intentado defender la pieza a partir de la historia de sus propietarios, pero en respuesta solo ha provocado más dudas sobre la veracidad de la historia: ¿Por qué permaneció tanto tiempo silenciado su
descubrimiento, sobre todo en las décadas del nacionalismo mexicano?
¿Por qué guardada en una caja, querían darle la apariencia de antigua?
¿Por qué se vendió tan rápidamente al museo? y ¿Por qué confiar su
autenticidad a un texto que escribió el hombre que acabó vendiendo la
pieza al museo?
Si usáramos la historia como prueba verídica, tendríamos que confiar en los datos de Gustavo Corona, y aún si fueran ciertos, habría que confiar en la historia del campesino Miguel Torres quien supuestamente la habría hallado y en donde se centraría toda la veracidad de la historia. Todo eso sin recordar el tráfico de falsificaciones arqueológicas durante la década del Mexican Curious.
La única posibilidad de acceder a un dato
científico duro, fue la respuesta de la investigadora Virginia Arieta de
realizar una exploración profunda en la supuesta área del
descubrimiento. Si apareció una escultura de tal hechura en la zona, seguramente se descubrirían objetos igual de relevantes o las razones arqueológicas por la cual estaba ahí. Hasta hoy solo se han encontrado restos de cerámica y
nada más. (La investigación de Arieta inició en 2018).
Y mientras los académicos comienzan a tomar postura en
la batalla, la pieza sigue inerte en el museo… con su mirada
inquisitiva… callando a los turistas la verdadera edad de sus barbas…
¿Y usted... que postura toma?
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Cédula del Museo Nacional de Antropología que intenta explicar las razones estéticas de la pieza
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