Las tantas tumbas de Benigno Montoya

“Una forma de sobrevivir a costa de los muertos"
 
Museo de Arte Funerario Benigno Montoya (Fotos: Mario Yaír T.S.)

Los Montoya eran los canteros más reconocidos de Durango y sus alrededores. Su apellido estaba en las fachadas de los templos, parroquias, edificios públicos y casas particulares. El porfiriato le había venido bien a Dos José y sus hijos; pero a la entrada de la revolución al estado en 1913, todo cambió para Benigno, el último sobreviviente de la familia.

Sin más trabajos civiles por hacer y mucho menos templos que decorar (pues el arzobispo estaba preso), su situación económica empeoró. Fue entonces cuando se dio cuenta que en esos tiempos violentos algo nunca faltaba en Durango: los muertos. Benigno Montoya se dedicó a ofrecer trabajos fúnebres para sobrevivir.
 
Ángeles de Benigno Montoya

Sabiendo que un molde le traería menos ingresos y siendo un artista inquieto, ofrecía a sus clientes algo que ninguna empresa se atrevía: originalidad. No hay dos tumbas iguales; cada ángel, cada decoración, cada cruz y cada columna, fue pensada por Benigno única y exclusivamente para la persona enterrada ahí. Ni siquiera los gestos pacíficos de sus ángeles, los más reconocidos de su obra, se repiten. Desde la más humilde y simple lápida hasta las más imponentes capillas funerarias.

Única tumba firmada por Benigno Montoya
 
Su hijo decidió dedicarse al muralismo dejando atrás la escultura, y todos los saberes de Don Benigno se perdieron. Con la muerte de Benigno Montoya una trágica navidad de 1929, la cantería murió en Durango. Tuvo que ser su nieto Francisco quien al oír las leyendas de su abuelo y recorrer el Panteón de Oriente, propuso en 2002 que el cementerio fuera convertido en museo. Hoy el Museo de Arte Funerario Benigno Montoya es único en su tipo.

Ironías injustas de la vida. Benigno fue enterrado ahí, en el mismo panteón que ayudó a decorar, pero en una tumba seca. Fría. Que solo contenía una simple lápida con su nombre. “En recuerdo de su esposa e hijo” (que más tarde descansarán en el mismo sepulcro) y de un melancólico Durango que salió de su cincel.
 
Una de las últimas obras de B. Montoya

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