Los banquetes del hambre

“El sitio de Querétaro y la escasez de alimentos"
 
Antiguo cuartel de Maximiliano en Querétaro (Fotos: Mario Yaír T.S.)
 
La situación en Querétaro es grave. Poco importa la carencia de café o cebada, pero la escasez de maíz y papa es absoluta. Los ricos habitantes que hacía unos meses, el 19 de febrero para ser exactos, vitoreaban la entrada de Maximiliano a la ciudad; ahora huyen a sus casas de campo en otras ciudades a esperar el desenlace. Quienes no tienen otro lugar a donde ir, salen a las calles mendigando trozos de pan.
 
La moral del ejército imperialista se encuentra por los suelos. Una suma de terribles estrategias los llevó a hundirse en esa ciudad sitiada. Al norte Mariano Escobedo, al sur Vicente Riva Palacio, al occidente Ramón Corona y al oriente Porfirio Díaz. Nadie entra y nadie sale.
 
La crítica situación provoca que algunas carnicerías sobrevivan vendiendo carne de mula que les es vendida a precios bajísimos por sus propietarios. Dentro del cuartel la cosa no es mejor, pues sin comida para sostener a los caballos han decidido sacrificarlos para alimentar a las tropas. A la falta de alimentos se suma la falta de agua, pues aunque los realistas se atrincheran en el convento de la Santa Cruz donde culmina el acueducto de la ciudad, no llega ni una sola gota porque este fue tapado desde su otro extremo. Lo que es peor; no hay ni una sola señal de sus aliados para romper el cerco desde el exterior.
 
Cuarto de Maximiliano en el Convento de la Santa Cruz
 
En una de esas noches, el soldado Alberto Hans mira en el horizonte a dos mujeres que intentan romper el sitio acercándose con alimentos para sus soldados. En ese instante son vistas por los republicanos quienes le destrozaron la pierna a una con las balas y a otra la dejaron malherida del hombro, solicitándole a Hans un confesor. El hedor de los cadáveres en las calles es insoportable.
 
Para el 3 de mayo, Juárez escribía: “El pueblo todo de Querétaro nos es hostil: no sale siquiera un hombre o una mujer a dar algún aviso a nuestros jefes de lo que hace el enemigo”. Tanto Escobedo como Juárez estaban seguros de que pronto el pueblo fiel que apoyaba a Maximiliano acabaría derrotado por el hambre junto con el ejército que ahí se encontraba.
 
Para levantar un poco la moral, el 10 de mayo, Maximiliano salió al Palacio Municipal e hizo una ceremonia de recompensas. Llamó a Hans y le puso una cintita descolorida en el pecho condecorándolo con la cruz de Guadalupe. Visiblemente demacrado, Maximiliano le dijo – Ya no tenemos cruces, pero cuando llegue el general Márquez venid a verme y os daré una yo mismo.
 
Esa tarde, Hans y unos amigos decidieron ir a celebrar a una fonda y le pidieron al dueño algo que no fuera carne de caballo. El dueño entró con un plato que los comensales aseguraron era cabrito en salsa. El sabor era bastante peculiar, por lo que cuando preguntaron al dueño este respondió que era carne de perro. Poco importó la revelación para los hambrientos comensales quienes al degustar mientras el dueño se iba, recibieron una noticia más aterradora.
 
Un tipo se acercó a la mesa y les dijo que mejor no comieran eso, pues era de los perros vagabundos que acompañaban al ejército. Ellos miembros del ejército, sabían que los perros se alimentaban con las inmundicias y desperdicios que ellos mismos dejaban. A veces con los huesos de los caballos, a veces con los cadáveres de los muertos del tifo y a veces saciando su sed con las orinas encharcadas. 
 
No había más que hacer… La noche del 14 de mayo, Maximiliano llamó al coronel Miguel López y le ordenó salir en secreto con su regimiento a negociar la entrega de la plaza. Con aquella orden se marcaba el punto final del II Imperio Mexicano.
 
El cañonazo que dio fin al sitio de Querétaro

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