Se busca una pierna

“La leyenda de como murió Santa Anna"
 
Busto de Santa Anna en el MUNAL (Fotos: Mario Yaír T.S.)

El 27 de septiembre de 1842 la gente lloraba una dolorosa pérdida para la nación. Honrada con un fastuoso funeral de estado donde hubo loas, himnos, salvas de cañón y una procesión legendaria; el cementerio de Santa Paula abría sus puertas a la heroica pierna del General Santa Anna. La historia es conocida; aquel evento sería apenas el inicio de los delirios de grandeza de su alteza serenísima. Sería la orden de disolver el congreso en 1844 lo que provocó que la gente acudiera al panteón para vengarse con la memorable extremidad.

Eventualmente vino El Álamo, vinieron los yankees, se fue el territorio nacional, se fue Santa Anna, vino la constitución del 57, se fue Juárez, vino Maximiliano, se fue Carlota, volvió Juárez, murió Juárez y en un intento de reconciliación, el presidente Lerdo de Tejada concedió una amnistía general que poco sirvió para evitar el avance de la rebelión de Porfirio Díaz. Sin embargo esa amnistía de 1874 permitió que un anciano y delirante Santa Anna volviera a la ciudad para continuar con otro capítulo de las aventuras de una pierna. Lo que va a leer es un rumor a todas luces que surgió tras la muerte del héroe malvado, chisme pintoresco que dice así…
 
Antigua casa de Vergara 14

Al volver Santa Anna a la ciudad, se instaló en una casa en Vergara 14 (hoy Bolívar). Se dice que para entonces estaba en la pobreza y la ruina; pero si la ruina es mantenerse en una casa de dos pisos con sirvienta y ama de llaves, entonces si tienen razón.

El hombre de 80 años apenas podía moverse pero para sus cercanos no era secreto que deseaba ser enterrado de cuerpo entero, así que comunicó su deseo de reencontrarse con su amada pierna perdida. Para estafar al general, una cocinera planeó junto con su novio, cercenar la pierna de un muerto fresco en un panteón para vendérsela al general. El general al recibirla se quejó de que aquella no podía ser su pierna pues estaba “demasiado fresca”, así que devolvió a la pareja sin paga alguna, pero quedándose con la pierna por si las dudas.
 
Detalle de la casa de Santa Anna
 
En días, fue conocido que el anciano personaje tenía una recompensa para quien hallara su entrañable miembro. Así comenzaron a visitarlo en su casa los más variopintos personajes con la supuesta pierna perdida. Un doctor que la había recuperado tras el altercado, unos indios que la habían recogido aquel día mientras barrían la calle, una mujer a la que los ángeles se la habían entregado. Pero al inspeccionarlas resultaban ser miembros cercenados de la Escuela de Medicina, piernas de un cadáver enterrado hacía décadas y un lépero quizo hacer pasar huesos de pollo como los dedos de los pies. Era tal la estafa que incluso alguien llegó con una pierna maltrecha aun con la supuesta bota polvorienta del general pero que al mostrarla ¡Oh sorpresa!, el general tuvo dos pies derechos.

Estafadores estafados, sin saber a ciencia cierta quien mentía y quien no, con su envolvente verborrea el general venido a menos devolvía al populacho por la puerta corrigiendo el malentendido de que no buscaba nada. Al salir la gente descubría que las extremidades se habían quedado adentro de la casa del general.

En dos años Santa Anna ya tenía una colección que cualquier osario envidiaría, pero resulta que con tal criadero de grasa y gusanos, el lugar donde mantenía las piernas se volvió hediondo e insalubre. El último delirio del general le provocó una diarrea endemoniada de la cual no pudo recuperarse. Entonces se regresa a la biografía oficial. Una infección estomacal acabó con el hombre que marcó al México independiente el 21 de junio de 1876. Así acabó la locura del “seductor de la patria”, rodeado de piernas que acabaron en el basurero aquel 1876.
 
Panteón del Tepeyac en donde Santa Anna fue enterrado

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