Si la dama quiere
“Una romántica tradición hidrocálida"
Las
estatuas que se colocaron tras la remodelación del Jardín de San Marcos
en Aguascalientes, no están ahí por casualidad. Son fantasmas de bronce
que se hacen presentes como memorias de los ancianos. Ahí están el
bolerito o el niño que da de comer a las ardillas. El director de la
orquesta en el kiosco o el barrendero salido de la imaginación de
Posada. El muchacho que entrena para torero y el velador. Una a una
cobran vida en los recuerdos.
Allá en esos tiempos antiguos de
los años 30, lo tradicional era ir a San Marquear. Luego de la misa del
fin de semana o la pelea de gallos, los jóvenes acostumbraban romancear
en el jardín. A la entrada, las inditas solían llevar sus enormes
canastos de campo cargando las más olorosas flores de la región.
Sentadas en el suelo u ofreciéndolas a la entrada, los caballeros las
compraban y empezaban su andar.
Lo que se hace no está dictado en
un manual de Carreño, sino en la tradición de voces. Basta sentarse a
mirar fijamente la conducta de los paseantes para entender tan curiosa
tradición. Las muchachas caminan por los pasillos del jardín en sentido
de las manecillas del reloj, los muchachos de lado contrario. Se siente
la brisa de los árboles y la sombra fresca de la tarde en el paseo. El
punto es encontrarse de frente en algún momento.
Si alguna
muchacha llega a gustar, ahí el joven le entrega la flor y después de
que ella la toma, ambos siguen su camino. Al dar la vuelta,
eventualmente volverán a encontrarse y es momento de saber la respuesta
de la muchacha. Las miradas y los cotilleos de las mujeres que suelen ir
en pareja, son imponentes. Una vez frente a frente, ella tiene la
última palabra. Puede sentarse en las bancas y entregar un pañuelo para
anunciar que aceptó la flor, o simplemente seguir despectiva su camino.
¿Pero
cómo decirle que no al galante hombre con su traje de charro, negro y
elegante? La joven le da un lugar en la banca y es momento de iniciar el
romance. Las amigas los dejan solos. La música de la banda en el
quiosco se hace lejana. El chirriar de las hordas de pajaritos que
vuelven a sus nidos se hace presente. El tono naranja del atardecer
anuncia que las rejas del jardín están a punto de cerrarse. La pareja se
levanta y camina volviéndose de bronce a cada paso.
Son las
tradiciones del viejo Aguascalientes que ahí siguen, traspasadas de la
evocación bohemia a esculturas de bronce. Por eso la próxima vez que
visite el Jardín de San Marcos, vale la pena escuchar a las estatuas.
Ahí son algo más que simple decoración.
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