Un obscuro final

 “Aquí termina la ida y empieza la eternidad

Momias de Guanajuato (Fotos: Mario Yaír T.S.)

Toda la semana un dolor en el vientre la había estado aquejando. En 1922 no era común encontrar gente tan obesa en el país, así que unos remedios bastaron para calmarle la infección. Quizá esa misma condición era la que le provocaban que las piernas de pronto se le pusieran rígidas o los cansancios constantes que tenía. Víctima de las circunstancias, la señora Ignacia Aguilar de Chirilo se sintió mareada y se recostó a dormir. Estaba a punto de soñar la peor pesadilla jamás imaginada.

Cuando abrió los ojos, se vio rodeada por una completa obscuridad. Ya no estaba en la sala de su casa sino en un lugar que no reconocía. Creyó estar ciega pero al mover los pies, sus rodillas golpearon con una pared de madera. Con las manos empezó a tentar a su alrededor y lanzando un – ay dios mío – desconsolado, se descubrió enterrada viva.

Intentó golpear la caja para abrirla pero era imposible. Rasgó con sus uñas las maderas buscando destrabar los clavos. Pensó que si lograba romper la madera, media tonelada de tierra se abriría paso para sepultarla, pero era la menor de sus preocupaciones. Se dio vuelta boca abajo y uso su cuerpo para golpear la puerta. Tras seguir golpeando destrabó algunos clavos pero topó con una segunda pared.

Entonces recordó; si había sido enterrada como el resto de sus familiares en el Panteón de Santa Paula, lo más probable es que estuviera en el área de nichos rodeada de paredes de concreto. Habría una esperanza si algún sepulturero la escuchaba gritar. Así que con todas sus fuerzas exclamó – ¡Auxilio! ¡Sáquenme! ¡SIGO VIVA…!

Nichos del Panteón de Santa Paula

Pensó que si lograba mover todo su cuerpo hacia arriba podría hacer que la caja golpeara el nicho de ladrillos y quizá alguien la escucharía, así que con sus piernas se impulsó fuertemente una, y otra, y otra vez. En aquella obscuridad era imposible ver algo y mucho menos saber si estaba funcionando. Se tocó la cabeza y sintió algo mojado. Los golpes constantes le habían sacado sangre.

Desesperada, Ignacia comenzó a gritar y a arrancarse el cabello. ¿Sería de madruga y por eso nadie la oía? ¿Tendría que aguantar al día siguiente? ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? Con el aire que entraba entre las rendijas de la caja de madera desclavada solo logró prolongar más lo inevitable. – No podía ser el fin – pensaba – no podía terminar así -. Ignacia festejó el cambio de siglo con su familia, había visto a Porfirio Díaz inaugurar el teatro Juárez, sobrevivió a las carencias de la revolución y ahora luchaba por ver una nueva década. Vencida por el silencio que le respondía del otro lado del nicho, entrelazó las manos y usó el último recurso que le quedaba; la intercesión divina.

La plegaria poco a poco se fue apagando cuando sintió aquel dolor en los pulmones. Su última lucha fue una bocanada de dióxido de carbono y sin separar las manos intentó tranquilizarse al saber que finalmente la pesadilla iba a acabar. Unas lágrimas rodearon sus mejillas y finalmente acabó todo.

Ahí sigue dentro de una caja de madera, pero pintada de rojo y con una tapa de cristal. Es morbo y fascinación de turistas, miedo y compasión de quienes se acercan con curiosidad a verla. Es la impotencia de evitar lo inevitable que lo mismo sintió ella, que sus familiares quienes al exhumarla descubrieron la noticia con horror. A la entrada del museo de las momias de Guanajuato, una frase advierte sin distinción “Aquí termina la ida, y empieza la eternidad”.


Postal Antigua de Guanajuato

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