El viaje del samurái

“El primer encuentro ocurrido entre México y Japón"
 
Detalle de un abanico japonés (Fotos: Mario Yaír T.S.)

En 1613 el virrey Don Luis de Velasco solicitó al explorador Sebastián Vizcaíno que fuera en búsqueda de unas misteriosas islas hechas de oro y plata que estaban en el Pacífico. Vizcaíno no encontró las islas, pero halló terribles tifones que lo obligaron a naufragar rumbo a una tierra desconocida. Ahí habitaba un terrateniente muy poderoso llamado Date Masamune bajo el mandato del shogun Hideata Tokugawa. Vizcaíno no era el primer español ahí, pues varios frailes ya habían llegado desde hacía tiempo evangelizando la zona. Había llegado a Japón.

Con los ojos puestos en el dinero, Masamune pensó que el cristianismo podía ser un buen pretexto para el comercio. Así convenció al shogun de enviar una comitiva de 180 personas a conocer el lugar de donde provenía Vizcaíno. La comitiva llegó al puerto de Acapulco el 25 de enero de 1614. Entre los 180 tripulantes iba el confesor del shogun, fray Sotelo, 22 samuráis de confianza de Tokugawa y de Masamune, y al mando de la comitiva se había nombrado al samurái personal de Masamune, Hasekura Roukemon Tsunenaga.
 
Armadura samurái exhibida en la Asociación México Japonesa

Los egos a bordo casi produjeron un fracaso, pues Vizcaíno insistía en entregar los regalos personalmente, cosa que hería el honor de Tsunenaga. La pelea en Acapulco provocó que un samurái apuñalara a Vizcaíno provocando un escándalo. Antes de que los españoles pudieran defender a su compatriota descubrieron que los japoneses iban armados hasta los dientes sin mencionar sus indumentarias de metal. Hubo de intervenir el virrey ordenando se les permitiera libre acceso, la venta de sus mercancías y respeto total a cambio de entregar todas las armas. Solo Tsunenaga y sus guardias conservaron las katanas en todo el trayecto.

La caravana entró a la ciudad de México el 24 de marzo con gran impresión de los novohispanos. Al frente se arrojaba polvo de oro en el suelo para que Tsunenaga pudiera pasar. Hubo una banda de guerra, atuendos jamás antes vistos y 70 sirvientes uniformados que desde Japón llevaban los cofres con regalos y objetos de oriente. De la misma manera en que Cortés y Moctezuma se habían encontrado años atrás, una vez más la ciudad de México era testigo del mestizaje mundial cuando el virrey y el samurái se vieron las caras sobre la actual avenida Juárez.
 
Templo de San Francisco el Grande

Como un acto político, los japoneses aceptaron bautizarse en el templo de San Francisco el Grande, pero fray Sotelo le advirtió a Tsunenaga que si quería lograr su objetivo comercial, sería más significativo que esperase a que el propio papa lo bautizara; todos los hermanos franciscanos estuvieron de acuerdo. Tsunenaga siguió así su viaje a Europa, pasando por España, Francia y llegando a Roma. Algunos samuráis optarían por terminar su viaje en Madrid y otros más en la Nueva España donde se quedaron a vivir.

Luego de 7 años de una larga travesía logrando su cometido, Tsunenaga volvió a Japón; pero aquella, ya no era la patria que había dejado. Las peleas internas entre los shogunes tenían flanqueando al imperio, por eso se decretó tajantemente el cierre de las fronteras a los extranjeros que vociferaban herejías y paganismos en contra de la fe verdadera del budismo. Fray Sotelo tuvo que entrar a escondidas, pero al ser descubierto, fue quemado vivo. La leyenda afirma que Tsunenaga practicó el cristianismo en secreto hasta su muerte. Así terminó la aventura del mestizaje, con unos curiosos objetos, entre abanicos, joyas y espadas, que se conservaron como reliquias de aquella misteriosa isla a la que ningún cristiano por las próximas décadas pudo volver a entrar.
 
Hasekura Tsunenaga en roma - 1615 (Wikimedia Commons)

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