La decisión del Xitle

“El volcán que decidió el destino de una guerra"
 
Fragmento del mural “La erupción del Xitle" (Fotos: Mario Yaír T.S.)

Es el año 721 a.C. y una guerra toma lugar en los alrededores del Lago de Texcoco; es la lucha por el florecimiento del imperio más grande de Mesoamérica. Al norte del lago los grandes valles permiten el asentamiento de una estirpe guerrera y campesina que estratégicamente colocada puede lograr un comercio digno de competir con sus enemigos. Al sur, el valle se ve opacado por una enorme pirámide circular y miles de personas que superan en desarrollo, civilización y ciencia a los del norte. Es la gran ciudad de Cuicuilco.

Desde el año 800 a.C., una estela de casi 4 metros de altura en un costado de la pirámide, permitía a los sacerdotes observar con la sombra el orden del universo para el cultivo y las guerras. Era su secreto para tan precoz civilización. La pirámide como adoratorio era el gran centro ceremonial donde cientos se reunían a ofrendar sus cultivos a los dioses del cosmos. El orden de las calles competía en hermosura con las casas que por dentro lucían ídolos y pinturas a conveniencia.
 
Pirámide de Cuicuilco (En la carpa se encuentra la estela de Cuicuilco)

Al centro se hallaban las casas de los comerciantes, las de los campesinos y las granjas donde se criaban guajolotes a las afueras y una lujosa zona residencial con adoratorios para los guerreros. En el mercado comerciaban cerámica, pieles, esclavos y armas. En la calle se veían sacerdotes recibiendo menester para su supervivencia, y a veces aparecían personajes que entretenían a los pobladores con muestras de habilidad o brujería. Los niños jugaban y las mujeres asaban chiles, pasaban los cargamentos de elotes y pescados que llegaban del lago. Pero de pronto un rugir hueco asoló la ciudad.

Un fuerte terremoto destruyó calles y casas. El suelo se abrió en grietas y los gritos de desesperación de la gente que veían los techos venirse encima competían con el rugir de la tierra. Varios minutos duró aquel siniestro que acabó casi por completo con la ciudad, pero cuando la gente intentó tranquilizarse porque al fin todo había pasado; los hombres del emperador le informaron acontecimientos ominosos que se acercaban.

Desde la cima de la pirámide circular, se veía el surgir de una monstruosa columna de humo, que cuando los emisarios fueron a inspeccionar, hallaron de las entrañas de la madre tierra, un escupir de fuego como nunca antes se había visto. Aún sin la tragedia digerida entre los escombros de los edificios caídos, una fina lluvia de polvo comenzó a caer en la ciudad. Entonces nuevos temblores cimbraron las casas y los templos.
 
Pirámide de Cuicuilco

La gente comenzó a gritar por las calles alertando el fin del mundo. Habían visto ríos de fuego bajar de la montaña. Los pescadores intentaron huir en sus barcas por el lago y las familias corrían con apenas pocas vasijas saliendo de ahí. Algunos creían que sus deidades los protegerían y quedaron atrapados en sus casas. Cubiertos con sus paños y huipiles, el lugar se había vuelto un caos. Emperador y sacerdotes vieron entrar la lava por las calles. Los dioses habían decidido que hoy era su fin.

En la ciudad del norte, llegaron los sobrevivientes desplazados a lo largo de las semanas. El vómito naranja de la tierra no parecía cesar ni siquiera con la barrera de agua que le representaba el lago. Cubiertos los campos y las calles de cenizas, sabían que aquel volcán de fuego lento no llegaría hasta ahí, pero el cielo sofocado por el humo sería devastador para los cultivos. La ciudad lo soportaría usando a los desplazados como esclavos y campesinos. Solo los que no quisieron verse doblegados soportaron la asfixia y luego el calor que entraba por sus templos y casas aceptando su final. Cuicuilco había sido sepultada para siempre; y con la ciudad enemiga destruida por el destino, los señores de Teotihuacán, vivirán para ver su ciudad crecer.
 
Antiguos ríos de lava del Xitle en Cuicuilco

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