Los rostros del racismo
“¿Por qué hay rostros de yeso en la colección del Museo de Antropología?"
Dicen
que la ciencia exacta se encarga proponer, experimentar y comprobar
certezas de nuestro mundo. Lo que no nos dicen, es que esa ciencia
también busca legitimar intereses políticos. La ciencia no es tan
exacta, ni tan racional, ni tan objetiva como nos hicieron creer.
La época positivista es la cima del desarrollo científico. La luz que pretende llevar al mundo a la civilización y la modernidad. Una de esas ciencias positivas es la antropología y con el fin de comprender científicamente a México, se comisiona en 1900 al naturalista, el doctor Nicolás León, para acrecentar la colección antropológica del Museo Nacional. Su propuesta es el uso de la frenología para el estudio de los indígenas.
La época positivista es la cima del desarrollo científico. La luz que pretende llevar al mundo a la civilización y la modernidad. Una de esas ciencias positivas es la antropología y con el fin de comprender científicamente a México, se comisiona en 1900 al naturalista, el doctor Nicolás León, para acrecentar la colección antropológica del Museo Nacional. Su propuesta es el uso de la frenología para el estudio de los indígenas.
Cruzando el río de Tonameca |
Según esta rama de la ciencia, la forma de la cabeza y
sus mediciones determinan las capacidades humanas de las personas. Un
pómulo salido hace al sujeto propenso de ser criminal, un chichón
lujurioso, una oquedad goloso, una frente sumida estúpido. El postulado
científicamente comprobado decía que las personas virtuosas nobles y
civilizadas contaban con las proporciones áureas griegas, mientras la
escoria social era sencillamente fea. En México, los negros, morenos e
indígenas son esa escoria sometida a estudio.
Entre 1904 y 1907, León viajó alrededor de la república para encontrarse con “tribus de indios”. Ahí recopilaba creaciones artesanales, historias, detallaba su lengua; pero lo más importante, se les tomaba fotos de frente y perfil, además de tomarles moldes de yeso a sus rostros. Zapotecas, Otomíes y Nahuas, todos están sometidos a este estudio racional.
Los moldes
siguen siendo parte de la colección del museo, pero se resguardan en el
sótano. Ahí con otros objetos que nunca debieron haberse estudiado: El
álbum fotográfico de prostitutas, trozos de piel de presidiarios con
tatuajes, los cráneos de los delincuentes de Lecumberri, bustos raciales
de los salvajes de México. El capítulo negro de la ciencia mexicana.
Apuntes etnográficos |
Parece que esos tiempos quedaron muy atrás en el porfiriato, pero solo basta encender la televisión para ver qué tipo de raza domina los anuncios y las telenovelas. ¿Qué apellidos figuran en las listas de empresarios? ¿Con qué tipo de piel identifica a Polanco, a la Condesa, a Iztapalapa o a Milpa Alta? ¿En que se fija un encargado de Recursos Humanos para dar un puesto de trabajo o no? (¿Alguien con vestimenta de gala tzotzil lo conseguiría?). Fenómenos que poco tienen que ver con la ciencia y mucho con un histórico racismo.
En 1905 una mujer chatina siente el yeso frio caer sobre su rostro. Las vendas mojadas y el agua blanca que escurre por su cuello la llenan de una sensación extraña. Hace una leve mueca, la mujer sonríe ante la sensación. Curiosamente los rostros pasan del Museo Nacional a su nueva sede en Chapultepec sin registro alguno de las muestras. Es fácil identificar la sonrisa de la mujer entre las máscaras de yeso, pero ¿qué tan fácil es para los antropólogos averiguar quién es maya y quien mixteco? ¿Quién civilizado y quién no?
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