El dinosaurio de peluche

“Descubriendo al culpable...”
 
Calle Rafael Checa (Fotos: Mario Yaír T.S.)

Todos los asistentes son sospechosos. Llegan uno a uno a la funeraria Gayosso de Félix Cuevas aquella mañana de 2003. Los primeros fueron Alí Chumancero y Eduardo Lizalde. En la entrada los periodistas estaban al asecho entre micrófonos, destellos de las cámaras y gritos. Gabriel García Márquez, harto de la escena les pidió respeto; pero apenas dio unos pasos más desde su auto y finalmente sucumbió ante la insistencia – era un gran hombre y un gran amigo, cualquier cosa que diga es poco.

Y lo era. Con tan solo 7 palabras aquel cuentista que hoy dormía en un ataúd había cambiado por completo el mundo de las letras. 7 palabras que originaron tesis, investigaciones y complejos reportajes en torno a su obra (pero en la academia es una lástima no poder escribir una tesis con 7 palabras). Parecía extrañamente poético que su muerte hubiera llegado un día 7...
 
Por ello la titular de CONACULTA, Sari Bermúdez había dicho que se encontraba en toda la disposición de organizarle un homenaje en Bellas Artes, pero la familia lo había rechazado. Cuando llegó la viuda Barbara Jacobs, la declaración provocó que los micrófonos cayeran sobre ella. Sin decir nada llegó consolada por Vicente Rojo al ataúd ¿quién diría que unos años después del funeral, escritora y escultor contraerían matrimonio? (¿Habrá sido ella? ¿Habrá sido él?).
 
Casa en Rafael Checa

¿Quién fue el culpable? Quizá fue su vecina Elena Poniatowska pues hizo una guardia de honor frente a los alcatraces y las coronas de flores que rodeaban el ataúd. Pero en las fotos de los periódicos no aparece nada aun. La lista de luminarias que se sumó aquel día podría dar una pista: Margo Glantz, Manuel Felguérez, Guadalupe Loaeza o Teodoro González de León. Carlos Monsiváis aun no entraba a la sala, estaba (raro en él…) muy ocupado hablando con la prensa – Abandonó Guatemala por el golpe de estado de Castillo Armas – decía Monsiváis. – Éramos perseguidos
por ser estudiantes y escritores revoltosos – decía Otto Raúl González.

Cuando la China Mendoza y David Huerta llegaron, ya estaba el animalito sentado encima del cofre. Alguien había puesto un dinosaurio de peluche encima del ataúd y nadie sabía quién había sido. He ahí el misterio. El difunto era un hombre que bromeaba con el mundo. En una ocasión agradeció al zoológico de Chapultepec el haberle permitido entrar a las jaulas a estudiar la vida animal (nunca pasó). Y cuando le preguntaron que se sentía ser clasificado como humorista, él simplemente respondió – Agradable, no por lo de humorista sino por el hecho de ser clasificado. Me encanta el orden.
 
Fuente en Chimalistac

Vaya que le gustaba. Su casa en la calle Rafael Checa es sencilla y minimalista. Pared blanca, puertas de metal. Un completo contraste con los locos decorados de las casas contiguas. A él le gustaba salir a caminar por la colonia y en una ocasión un vecino comenzó a seguirlo para ver si se le pegaba algo de su genialidad. Cuando lo notó, empezó a subir por los puentes, pasar por debajo, dar vueltas en los árboles, escondiéndose y caminando por los callejones todos los días… hasta que el perseguidor se dio por vencido. ¿Habrá sido él?

Nadie sabe quién fue, pero las malas lenguas aseguran que antes de cremarlo en el Panteón Español, el peluchito se fue con él dentro de la caja. Pero no, alguien lo guardó. Las mismas manos desconocidas que lo pusieron en el féretro. Dos semanas después de su muerte, daba inicio la Feria del Libro del Palacio de Minería en donde se colocó una enorme manta con su rostro impreso en las escaleras: “Augusto Monterroso. 1920 - 2003”. La cajita con las cenizas volvería a la casa de Rafael Checa custodiada por el dinosaurito de peluche que lo acompañó aquel día junto a sus amigos que lloraban su partida. Y cuando despertó…
 
Casa Monterroso

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