El túnel de Santa Mónica
“La trágica muerte del fantasma que aterra en la Hacienda de Santa Mónica”
Es
una de las casas señoriales que el enigmático soltero Antonio
Haghenbeck y de la Lama habitó. Con un gusto excepcional, Haghenbeck
recuperaba cuadros, muebles, chimeneas, artesonados y demás objetos de
las casas de la Ciudad de México que eran demolidas en los 40 para dar
paso a la modernidad. Así hizo tres glamorosas mansiones que a su
muerte se transformaron en museos. La más antigua de ellas,
probablemente, sea la que albergó el molino de maíz y trigo de los
Agustinos de Tlanepantla: La Hacienda de Santa Mónica.
- ¿Y aquí espantan? – pregunta el turista curioso…
Entre queriendo y no, todos los guías conocen la historia y señalan el sitio donde ocurrió; pero el acceso está completamente prohibido. – Por seguridad de los turistas – dicen; pero sin duda una gran atracción que resulta insólito el hecho de condenarla al silencio. Si el morbo le gana a su juicio, aquí está el chisme que como me contaron les cuento…
- ¿Y aquí espantan? – pregunta el turista curioso…
Entre queriendo y no, todos los guías conocen la historia y señalan el sitio donde ocurrió; pero el acceso está completamente prohibido. – Por seguridad de los turistas – dicen; pero sin duda una gran atracción que resulta insólito el hecho de condenarla al silencio. Si el morbo le gana a su juicio, aquí está el chisme que como me contaron les cuento…
Cuando la hacienda pasó a manos privadas, el rodezno en un túnel que servía para el molino se quitó, dejando en el techo el hueco de la columna de madera con que se sostenía. El cuarto superior se convirtió en bodega y el resto de la hacienda en una casona señorial.
Dicen que en una ocasión una de las señoritas de la familia se encontraba de noche caminando por algún motivo en aquel cuarto. Para unos, el regreso de un amante la tenía en velo, para otros el insomnio combinado con unos ruidos la atrajo a la habitación. El asunto es que al pasar sin luz por el sitio, olvidó el hueco en el suelo que comunicaba al túnel donde estuvo el rodezno, así con un paso en falso cayó varios metros sobre un pie, quebrándosele de gravedad.
Entre gritos desesperados de auxilio en un túnel alejado de las habitaciones de descanso, la joven no pudo más que tocarse el pie a obscuras sintiendo los ríos de sangre que le escurrían. Como pudo se levantó y en la más completa negrura comenzó a tentar desesperada la pared del túnel en busca de la salida. Mareada, con la pestilencia del agua encharcada a su alrededor y los mordiscos de ratones que se acercaban al pie quebrado, el golpe acabó por ser mortal a la mitad del túnel. Envuelta en la hipotermia del desangrado y si poder dar un paso más, la joven sucumbió.
| Túnel de Santa Mónica |
Pocas horas bastaron desde el canto de los gallos para que el cadáver fuera encontrado dejando a la familia en la más sombría tristeza. Solo así la casa pasó a manos del señor Haghenbeck quien convirtió la bodega en el gran salón de los candelabros del centenario. Sin saber la historia, colocó un balcón de concreto, vidrio y aluminio en la ventana justo encima del túnel, donde aseguraba la servidumbre que el señor gustaba pasar largos ratos viendo al jardín.
Aún es posible ver las huellas de aquel balcón sobrepuesto en el marco de la ventana; pero más extraordinarias son las huellas del interior del túnel. Hasta el fondo del lugar, sobre la pared derecha, las marcas de unas manos desesperadas que tocan la pared son exclusivas para los trabajadores del museo, pues son los únicos que pueden entrar a verlas. Y peor aún de los guardias nocturnos, que aseguran escuchar alaridos y sollozos que salen de lo más profundo del obscuro lugar.

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