Esos mugrosos contemporáneos

“La pelea entre Diego Rivera y Salvador Novo”
 
Salvador Novo como burro (Fotos: Mario Yaír T.S.)

La construcción del México postrevolucionario estaba dando una leve vuelta a la izquierda. Los ideales comunistas comenzaban a hacer eco en la política mexicana, y entre ellos el odio a las élites capitalistas que vivían en el más grande derroche y desenfreno de los locos años 20.

Para los artistas revolucionarios, la cuna del despilfarro intelectual capitalista eran Los Contemporáneos. Vistos desde sus ojos, aquel grupo de poetas no aportaban más que poemas vacíos que no promovían el desarrollo del país y textos que en nada abonaban a la educación. Si lo malo era eso, lo feo era que los financiaba una pobre niña rica que además se daba el lujo de fundar teatros experimentales como El Ulises y orquestas para la élite, olvidando al pueblo.
 
Rabindranath Tagore y los intelectuales

Lo peor. Todos sabían que eran sodomitas pues no tenían la prudencia de ocultarlo. La homosexualidad de varios Contemporáneos no solo era mal vista, sino que grupos de intelectuales presentaron un proyecto de ley ante la Secretaría de Salubridad para que los “sodomitas” no accedieran a puestos burocráticos (pues les parecía aberrante que estos personajes ocuparan altos mandos en la Secretaria de Educación Pública, a la sombra de Vasconcelos).

Uno de estos idealistas del comunismo era Diego Rivera, que en 1928 trabajaba precisamente en los murales de la SEP. Queriendo apoyar la moción contra el grupo, pintó un panel que hoy todos conocen por el listón rojo encima de él: “Quien quiera comer, que trabaje”. 


En él, un grupo de revolucionarios señalan la frase, entre ellos una mujer que de mala gana le entrega una escoba a la niña rica… Antonieta Valeria Rivas Mercado Castellanos. Ella tiene que barrer la basura del suelo que son las artes que patrocina: la sinfónica, la pintura, una revista de los Contemporáneos y un papel donde se lee “Ulises Rey de Itaca y de Sodoma”. Y en el suelo, hincado y con orejas de burro, un hombre con flores en la mano es pateado por un niño revolucionario. El hombre es Salvador Novo, el niño es Diego Rivera.
 
Quien quiera comer, que trabaje
 
Esa fue la única forma que Rivera tuvo para vengarse de los Contemporáneos pues todos sabían lo que había pasado. Años atrás en 1926, Rivera volvía de una comisión a la URSS para descubrir que su mujer Lupe, lo estaba engañando con el bien dotado contemporáneo Jorge Cuesta (o al menos eso decían quienes lo habían visto en paños menores). Al suceso, Novo abonó un duro poema que lo ponía como un buey cornudo y al que todo el mundo conoció como La Diegada:

Dejemos a Diego que Rusia registre,
dejemos a Diego que el dedo se chupe,
vengamos a Jorge, que lápiz en ristre,
en tanto, ministre sus jugos a Lupe.

Al pasar de los años los ideales se retiran. Vasconcelos se sumerge en la derrota presidencial del 29 descuidando a su mujer. Ella, Antonieta, acabará su vida con una bala en la catedral de Notre Dame. A los Contemporáneos no les irá mejor, cada vida es una tragedia. El México nacionalista postrevolucionario gana la batalla. Diego será conocido como el muralista que pinta con la izquierda pero cobra con la derecha. Y Agustín Yañez, el impulsor de la “purificación burocrática contra los maricones” llegará a la SEP en el México de Díaz Ordaz… (paradójicamente la misma administración que nombrará a Novo como cronista oficial de la ciudad).
 
Murales de Diego Rivera en la SEP

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