Prohibido el anonimato
“Se prohíben las mascaradas en atención a delitos escandalosos”
Don
Juan de Acuña, Marqués de Casa Fuerte, Virrey, Gobernador y Capitán
General de esta Nueva España, ordena; a 20 de Diciembre de 1731, en la
muy Noble y Leal Civdad de México que…
“…en atención a los graves inconvenientes que resultan del uso de las Máscaras, experimentándose delitos escandalosos, y la ruina de algunas familias; se prohíben enteramente a cualquiera persona de cualquiera estado. […] Entendiéndose por Máscara todo aquello que sea cubrirse o medio cubrirse el rostro o parte de él, y salir en traje de máscara, vestidos los hombres de mujer o las mujeres de hombre […] bajo la pena de 200 azotes y 2 a 6 años de presidio”.
“…en atención a los graves inconvenientes que resultan del uso de las Máscaras, experimentándose delitos escandalosos, y la ruina de algunas familias; se prohíben enteramente a cualquiera persona de cualquiera estado. […] Entendiéndose por Máscara todo aquello que sea cubrirse o medio cubrirse el rostro o parte de él, y salir en traje de máscara, vestidos los hombres de mujer o las mujeres de hombre […] bajo la pena de 200 azotes y 2 a 6 años de presidio”.
Máscaras del Museo Nacional de Culturas Populares |
Es un México diferente. Al caer la noche, las tinieblas dominan la ciudad pues la luz pública aún no existe. Las calles son tierra bañada en excremento de caballo y lodo. Una nata verde flota en los canales que aún sobreviven y la ciudad son estrechos callejones llenos de túneles y puentes que comunican iglesias con conventos. No hay mejor lugar para hacer un carnaval.
En la ciudad de los palacios que recién comienza a conocer la bonanza económica de la plata, las mascaradas son parte de las fiestas cívicas y religiosas. Al salir de las corridas de toros y las peleas de gallos, gente con antifaz se reúne en la alameda a tomar una merienda. En una acequia caen unos tipos ebrios de pulque. En los callejones de Donceles los muchachos tienen relaciones impúdicas con las damas de alcurnia, escondidos en carruajes o en el marco de las puertas. Y en la obscuridad de Ave María un hombre asalta con puñal a los solitarios desprevenidos. Todos cubiertos con el antifaz del anonimato.
La máscara es el peligro de la revolución. La puerta de entrada al crimen, al deshonor y a los excesos. Bajo ella están marqueses, condesas, dragones, léperos, doncellas, frailes, guardias y aventureros. Por eso desde 1722 se decidió poner fin a la libertad; primero prohibiendo los bailes privados y luego las obscenas mascaradas. No vaya a ser que se quieran fraguar conspiraciones como en Europa.
Mundo extraño… A lo largo del siglo XVIII, mientras en España fue necesario recordar la prohibición poco más de 13 veces, en la Nueva España solo bastó un bando para no volverse a hablar del asunto. El carnaval novohispano recibió un golpe de muerte que acabó con las fiestas de desenfreno virreinal. Pero la ley solo busca proteger a los civilizados nobles del escándalo. Entre léperos e indios, que hagan lo que dios os de a entender…
¿Dónde sobreviven los carnavales del país? Las fiestas antiguas no pertenecen a las urbes virreinales sino a los pueblos olvidados. Ahí donde las calles todavía son de tierra, los canales surten agua a la cosecha y la noche es más espesa sin la luz artificial. Donde los campesinos bailan como diablos, tigres, moros o calaveras. Donde el carnaval nos parece tan alejado de la urbe, y tan alejado de nosotros, porque alguna vez se nos ocurrió prohibirnos la libertad de ser alguien o algo más.
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