Una danza macabra

“Los danzantes de Monte Albán no están bailando..."
 
Los danzantes de Monte Albán (Fotos: Mario Yaír T.S.)

¿Qué estarán haciendo? Lo primero que los inocentes arqueólogos del nacionalismo mexicano pensaron, era que estaban nadando o haciendo una danza ritual. Es, según los estudios, la zona más antigua de Monte Albán; una plaza enorme en cuyos vestigios se hallaban pequeñas habitaciones. Parecían paredes de piedra como cualquier otra, pero al observar de cerca con ayuda de las sombras que daba la luz del sol, se revelaron extrañas figuras en lo que parecía ser un dinámico baile.

Es el año 300 y mientras en Europa está a punto de iniciar la era medieval, en Oaxaca existe un grupo de personas con la misión de convertirse en un imperio. Eran los zapotecas; que al ver las grandes ciudades de Bonampak y Teotihuacán en su mayor auge y esplendor, iniciaron la construcción de su ciudad capital para el dominio del valle central.
 
Plaza de los Danzantes

Tener una alianza con los señores de Teotihuacán era imperante, pero más importante era demostrar a su propio pueblo las victorias gloriosas de su civilización; por eso los símbolos son especialmente necesarios. Así, después de doblegar a varios señoríos de los valles por medio de la guerra, encomendaban a sus artistas esculpir las figuras de los sometidos presentándolos con las formas más sumisas posibles.

Las ceremonias que develaban las estelas eran fastuosas. Frente a un pueblo extasiado de vivir con los vencedores, las historias pasaban de generación en generación explicando la aniquilación. Los que están parados son los señores de élite, con sus orejeras y sus prendas arrancadas. Los que están acostados son sus vasallos, que por servir al enemigo, merecen igual o peor castigo.

Son seres deformes porque así se les debe representar; diferentes, extraños, malvados. Están jorobados, son enanos o tienen rostros desiguales. No hay mejor forma de vejación a los hombres dominantes que ser castrados. Por eso danzan. Porque se retuercen de dolor ante los golpes, los huesos rotos, los brazos dislocados y los miembros mutilados. Con la sangre entre sus manos, los zapotecas la ofrecían a sus deidades, al cambio de ciclos y a la fertilidad.
 
Pared del Observatorio de Monte Albán (Los petrograbados solo se ven con ayuda del sol)


Una a una, narran el orden en que ocurrieron los hechos. Desde su primera victoria hasta su época de mayor auge cuando ya ni siquiera era posible ver sus dominios desde la pirámide más alta de Monte Albán. Y luego nadie sabe que ocurrió.

¿Por qué no avanzaron cuando Teotihuacán fue abandonada? ¿Por qué no aprovecharon la inestabilidad política de la cuenca de México? ¿Por qué un día, cómo el resto de las ciudades hito de la época, abandonaron la ciudad? Todo lo que se sabe es que tenían una voracidad insaciable. Una voracidad retratada en cada una de los cientos de figuras “danzantes” que se reparten por toda la ciudad.
 
Plataforma sur de Monte Albán

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