Ahogar las penas pintando
“El autorretrato secreto de Manuel Ocaranza”
¿Se hizo Manuel Ocaranza algún autorretrato? ¡Si! dicen algunos. Dos…
El
primero como aquel joven artista, de elegante porte con el castillo de
Chapultepec al fondo. Serio, con pincel en mano y una leve mueca en la
cara donde parece sonreír. Al terminarlo, quizá el sacar sus rasgos con
ayuda de un espejo pareció no encantarle, así que optó por no volverse a pintar y revelar en el resto del mundo al México romanticista.
Montó una galería con
ayuda de su amigo y mecenas Antonio Mercado. Así conoció a un joven
cubano llamado José Martí y a su hermana Ana. Ocaranza usaría a la joven
como inspiración para sus obras más conocidas: “El amor del colibrí” y
“La flor muerta”, dos alegorías a la virginidad y a la inocencia en
aquellos tiempos decimonónicos. A escondidas de los padres, ella le
enviaba cartas de amor y quedaron prendados uno del otro. Nadie sabía
que la doncella de 18 años sostenía una relación con el muchacho de 33.
El
futuro parecía venturoso cuando Ocaranza viajó a Europa en 1873
invitado por la academia para exhibir sus pinturas en París. Ocaranza
llegó a Veracruz en busca del sueño bohemio del éxito reconocido. Cada
semana enviaba una carta a Mercado detallando los pormenores del viaje,
de sus encuentros con los pasajeros que cantaban en cubierta, de su
maestra de francés Julia, de cómo ingenuamente se guardó unas galletas
del té para dárselas a los hijos de Mercado.
Cuando Mercado
recibió las cartas en las Ciudad de México, no supo cómo contestar. A
poco tiempo de su partida, Ana había presentado unos extraños dolores de
pecho que le aquejaban. La joven había muerto de una afección al
corazón y ante el riesgo de ser enviada a la fosa común, los Mercado le
cedieron un lote a José Martí para enterrarla…
Quienes conocen
las cartas piensan que Ocaranza ocultó algo. A Mercado comenzó a
escribirle que no se preocupara que estaba bien, que comía a sus horas,
que dormía a sus tiempos; que estaba sano y que se sentía bien; que ya
no tenía problemas con la bebida. Lo cierto es que al volver, las
pinturas cambiaron y pasaron de ese dulce romanticismo al humor negro.
Quizá
ahí está el segundo autorretrato. En 1881 tras altas y bajas del
destino, Ocaranza pinta su “Naturaleza Muerta”. En el
mundo romanticista, todo es una metáfora: Una
copa son las relaciones de pareja, un bastón de caña es el sostén
familiar y el poder, un cigarro es placer y economía. ¿Qué significan si
están rotas, astillados o a punto de consumirse hasta quemar una mano?
Solo queda una salida para ahogar los problemas…
Seis meses
después Mercado recibe una misiva de José Martí: “Supe por carta del
fidelísimo Heberto, que Ocaranza ha muerto. […] Que padecí no he de
decírselo: me pareció que me robaban algo mío, y me revolví contra el
ladrón. Ya no vive tan buena criatura, que amó lo que yo amo: me queda
al menos el consuelo de honrarlo.” Cuando Ocaranza murió, se dijo que fueron las complicaciones
de haber padecido cólera en su juventud. Así murió el pintor a los 41 años. Enterrado en Uruapan, en una tumba que nadie visita, ahí
reposa quien había sido según palabras de Martí “el más original, atrevido y elegante de los
pintores mexicanos”.
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