El mural invisible
“Que nadie se entere que ahí hay un mural”
El
Centro Nacional de las Artes en la Ciudad de México es un alarde de la
arquitectura mexicana de fin de siglo pasado. Los nombres se presumen
con ostentación: Luis Vicente Flores, Sordo Madaleno, Teodoro González de
León, Enrique Norten, entre otros. Pero de entre toda la polémica
surgida con la creación del CENART, una crítica certera aunque poco
recurrente fue la enorme falta de artistas plásticos que colaboraran en
la construcción del lugar.
Es una crítica medianamente cierta pues si bien las contadas piezas artísticas apenas se mencionan como parte del complejo, lo cierto es que al menos una de ellas nació para no ser reconocida como tal…
Como parte del complejo se había proyectado un Aula Magna sobre la cual Ricardo Legorreta aceptaba que había nacido semimuerta. Cualquiera que entre a conocerla no puede evitar concordar con el arquitecto cuando la describe como una capilla cavernícola. La desafortunada estructura no podía simplemente pintarse con los llamativos colores que encantaban al arquitecto, por lo cual llamó a Vicente Rojo para encargarle una misión de rescate: hacer un mural. Lo que Legorreta no esperaba era que Rojo odió la idea.
Es una crítica medianamente cierta pues si bien las contadas piezas artísticas apenas se mencionan como parte del complejo, lo cierto es que al menos una de ellas nació para no ser reconocida como tal…
Como parte del complejo se había proyectado un Aula Magna sobre la cual Ricardo Legorreta aceptaba que había nacido semimuerta. Cualquiera que entre a conocerla no puede evitar concordar con el arquitecto cuando la describe como una capilla cavernícola. La desafortunada estructura no podía simplemente pintarse con los llamativos colores que encantaban al arquitecto, por lo cual llamó a Vicente Rojo para encargarle una misión de rescate: hacer un mural. Lo que Legorreta no esperaba era que Rojo odió la idea.
Aula Magna |
Sabiendo que México era el país del muralismo, no había manera de competir o resaltar todo lo hecho antes. Mucho menos en el que sería el gran centro cultural del país. Así, tras mucho pensar en la forma y la estructura, la luz finalmente llegó a su cabeza al plantear un antimural. Al escuchar estas palabras muchos seguramente recordarían el mural efímero de Cuevas en la Zona Rosa, pero el planteamiento de Rojo distaba de este discurso.
Para Rojo, lo esencial en una obra pública era olvidar al autor “Verla, rodearla, pasearla y sentirla como suya”. Goeritz lo intentó en más de una ocasión, pero sus obras públicas quedaron sometidas al dominio académico y hoy se protegen con recelo de cualquiera que ose tocarlas (pese a Goeritz eso quería), y Carlos Mérida tampoco se zafó de la autoría de su mural en Banobras. Rojo estaba ahora a punto de intentarlo.
Se ha hablado de él, hubo una sonada conferencia con motivo de su restauración, los expertos saben que existe; pero la mayor genialidad radica en que logró su cometido. El autor no la firmó, no le gusta hacerlo en sus obras públicas - esos nombrecitos afortunadamente al final se acaban cayendo- dice él. Tampoco tiene título, apenas se le define por los expertos como el “antimural”.
Y es la esencia de uno de los patios más íntimos del complejo. El café se disfruta más a su lado, el espejo de agua lo refleja sin revelar su identidad. No vale la pena ni saber el nombre ni el autor, el punto es habitar el sitio sin notar que estamos viviendo una experiencia estética. Y luego de un rato seguir el camino… dejando atrás el mural que ahí no está.
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