Esas raras personas
“El pueblo oaxaqueño de las costumbres
extrañas”
Hubo hace mucho en Oaxaca, mucho
antes de los aparatos que sacan fotos y mucho antes de los hombres blancos, un
sitio llamado Malacate. Los indígenas mixes bien saben dónde estuvo porque
ocurrían cosas extrañas en ese lugar. Quienes vivían ahí, eran gente rara, no
tenían ropa ni tenían nombres, todos se llamaban tuundím y andaban encuerados
por el pueblo.
Tenían una extraña costumbre en la
cual cavaban una zanja y en lo hondo colocaban unas estacas con la punta viendo
arriba. Luego, cada ocho días la gente tenía que reunirse y cuidadito con quien
no fuera porque todo el pueblo se juntaba para ir por quien faltara a jugar.
En 1936 Walter S. Miller viajó al
pueblo de Camotlán con el fin de recopilar datos para comprender la gramática
mixe. La gente del pueblo al verlo sintió desconfianza y prefirieron no
acercarse mucho y mucho menos hablar con él. ¿Por qué un extraño venía a
recopilar sus historias? Miller abandonó el pueblo en 1944 para trabajar en su
investigación presentando el resultado en el Castillo de Chapultepec en 1946.
Entonces el Dr. Foster del Smithsonian les dijo que las muestras eran muy pocas
y que como material folclórico aquello valía más…
Cuando ya todos estaban reunidos
frente a la zanja, entonces de uno por uno tenían que saltarla y si alguno no
podía y se caía clavándose en las estacas, el pueblo entero iba y lo sacaba. Se
fijaban que estuviera bien muerto y luego se lo comían. “Así tenían su
costumbre. Aunque no quiere jugar, pero a fuerza tiene que jugar. Si no llegue,
de seguro lo van a agarrar para comer. Si juega, puede que sí va a escapar si
es que brinca fuerte”.
Cuando los españoles llegaron,
corrió entre los frailes la voz de que existía un pueblo donde comían gente;
por eso un cura llegó acompañado de semillas de maíz. Resulta que el pueblo no
sabía lo que era el maíz ni para que servía y el cura les dijo que se ponía en
la tierra, luego salía una milpita.
- Pero para que sirve
- Pues para comer
La gente creía que el padre estaba
loco, pero total sembraron las semillas e hicieron todo lo que veían que el
cura hacía. Cuando la milpa ya tenía como un metro y medio, el cura tuvo que
salir del pueblo y les encargó la milpa.
Walter volvió a Camotlán ese mismo
año, acompañado de su esposa Vera y su hija Carol. Había plan con maña pues así
la gente no lo vería como un hombre solo, sino como alguien más del pueblo. Al
principio no fue fácil abandonar las comodidades de la ciudad, la familia
comprendió el frío, comprendió la enfermedad, comprendió el aislamiento,
comprendió a un pueblo. Los Miller vivieron ahí por poco más de 32 meses
ganándose la confianza y el aprecio de la gente, pero sobre todo de un
viejecito de 62 años llamado José Trinidad.
Cada vez que Walter le escuchaba,
debía tener muy buena memoria, porque apenas sacaba un papelito para anotar,
Don José cambiaba el tono de las narraciones. Y es que Don José era bueno
narrando en mixe y en español pero luego de convivir con los Mixes, para Walter
las narraciones no se plasman, se sienten. No era lo mismo oírla en medio del
valle, a la luz de la leña de una viva voz.
Cuando el fraile volvió a Malacate,
descubrió que ya no había milpa porque la gente quiso comprobar si lo que decía
el padre era cierto y se comieron la planta con todo y caña porque les pareció
un sabor dulce. El cura enojado, enseguida regañó al pueblo.
- Pues es que lo comimos
- ¡Que brutos!, ¡Ese no se come!
Al no entender porque el cura un día
decía que la milpa se comía y al otro que no, creyeron que se burlaba de ellos o
que quería dañarlos con embrujo. Por eso antes de cualquier cosa, el pueblo
entero se reunió contra él, lo mataron y lo comieron entero.
Sentado Don José con su familia y
con un Walter que lo escucha con atención, el hombre dice – Son muy malos
algunos de Malacate. Todavía no quieren dar posada. Pero todavía más malos eran
los de antes. Pues, así es que me cuentó mi compadre. Y él vive allí…
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