La mañana que desapareció un pueblo
“Los pastores llevaban cargando a sus borregos calcinados”
En
un parque silencioso una enorme cruz se levanta al centro. Donada por
la mayordomía de la parroquia de San Juan Bautista, la placa al frente
dice << “Orar por los muertos, es un gesto muy bello y noble,
motivado por el convencimiento de la resurrección”>>.
Son las 5:30 de la madrugada del 19 de noviembre de 1984. En la UNAM los sismógrafos registran un movimiento inusual. Demasiado corto para ser un temblor así que lo ignoran. Enseguida viene un movimiento más y luego otro. La alarma corre por el sismológico, algo raro está ocurriendo.
A kilómetros de ahí, en la carretera México – Pachuca a la altura de Periférico los autobuses y carros particulares se estacionan a mitad de carril. Suben a la gente gritando sin cobrarles nada, arrancan intentando sortear el tránsito para llegar a Lindavista. Un camión que iba rumbo a Abastos se para a regalar comida. En el metro Indios Verdes las imágenes dantescas comienzan a las 6, la gente llorando con pedazos de carne colgando busca la forma más rápida de llegar a un hospital, solos instalan un campo de atención. 20 minutos después todos los autos que se detenían a ayudar son aventados por la segunda explosión.
Son las 5:30 de la madrugada del 19 de noviembre de 1984. En la UNAM los sismógrafos registran un movimiento inusual. Demasiado corto para ser un temblor así que lo ignoran. Enseguida viene un movimiento más y luego otro. La alarma corre por el sismológico, algo raro está ocurriendo.
A kilómetros de ahí, en la carretera México – Pachuca a la altura de Periférico los autobuses y carros particulares se estacionan a mitad de carril. Suben a la gente gritando sin cobrarles nada, arrancan intentando sortear el tránsito para llegar a Lindavista. Un camión que iba rumbo a Abastos se para a regalar comida. En el metro Indios Verdes las imágenes dantescas comienzan a las 6, la gente llorando con pedazos de carne colgando busca la forma más rápida de llegar a un hospital, solos instalan un campo de atención. 20 minutos después todos los autos que se detenían a ayudar son aventados por la segunda explosión.
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Llamaradas en Ixhuatepec (Foto: El Sol de México) |
Son ya las 7 de la mañana. En las calles de Tlalnepantla y Ticomán resuenan las ambulancias que intentan llegar desesperadas. Desde Ecatepec son enviados carros de bomberos a la zona, aun no lo saben pero por 10 minutos, una fuga de gas lanzó al aire una nube de 200 metros que en contacto con la lumbre inició una reacción en cadena. Estando camino al lugar del siniestro, los bomberos ven en el horizonte la sexta explosión. El fuego alcanza 80 metros de altura.
7:30 de la mañana, un muchacho que vivía en el cerro, a 4 kilómetros de ahí, ve a la gente llegar corriendo. La carne se les desprende de los pies con cada paso. Una señora intenta curar las heridas de un niño con huevo, este solo llora. Hay pastores que llevan cargando a sus borregos calcinados. A un costado de su casa yace en el suelo un gigantesco trozo de metal envuelto en humo. Es parte de una de las esferas de las gaseras de San Juanico; el sitio que daría empleo digno a los habitantes según las palabras durante su inauguración.
Cruz en el Parque Hidalgo |
Cinco horas después en radio y televisión, las flamas aún son noticia. Desde los hoteles de Reforma se ve el humo en el horizonte; los curiosos toman fotos desde La Villa y la Latino. A la explanada de la basílica llegan los damnificados. Pero el drama comienza en el Centro Cívico de Tulpetlac con la llegada de los primeros cadáveres. Hay pedazos de piernas y brazos, muchos cuerpos sin rostro en el suelo. La información oficial de gobernación son ochenta muertos. Bonita tradición las de las cifras maquilladas porque en la planta de Unigas se contaron de los trabajadores tan solo 400 cadáveres. Ese número solamente saldrá a la luz una vez, jamás se volverá a hablar de él.
40 horas después, el fuego cede ante los bomberos. Los números de damnificados se repiten como mantra en las noticias. Las fotos de los cuerpos pegados en las aceras ilustran las páginas de la prensa amarillista. Los pocos habitantes que se salvaron temen la rapiña y entran como pueden a rescatar sus cosas. En el Hospital Rubén Leñero los injertos se hacen con piel de cerdo y vinagre.
Diciembre de 1984. ¿Por qué los habitantes de San Juanico no pusieron arbolito? Porque les volaron las esferas. Los chistes de la tragedia se vuelven tema de primera plana, no se sabe si censurarlos o justificarlos. Carlos Monsiváis realiza una crónica del fenómeno que fecha el último día del año. Nadie nunca cuestionó las fotos de los cadáveres.
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Panorámica en La Prensa (Foto: La Prensa) |
6 meses desde la tragedia. Margarita, aun en rehabilitación porque había salido aquella mañana a la tienda Liconsa, recibe un cheque de indemnización por 1500 pesos. La causa: haber perdido a su hijo. Nunca lo encontraron porque esa noche se fue a casa de sus tíos a metros de la zona de explosión. Las autoridades le reprochan a la señora que se quemó “por babosa” y que su hijo murió “por andar de parranda”. Con esas palabras de aliento recibe el dinero del estado benefactor.
1985. La corrupción y el silencio del gobierno de Miguel de la Madrid tienen sin cuidado a los ciudadanos que no estuvieron ahí. Cifras que no son claras, indemnizaciones que no llegan, gaseras que operan con irregularidades. Ese año otra tragedia volverá a empezar con una aguja en el sismológico de la UNAM. Mientras tanto una cruz en San Juanico reza: “En recuerdo de todas las personas que fallecieron en este lugar”.
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