Presos del pasado
“¿Será verdad que los mexicanos estamos condenados a la inmadurez?”
El
15 de marzo da inicio en Osaka, Japón, la Exposición Universal de 1970 y
es como visitar el futuro. Desde los cielos, los coloridos pabellones
de figuras orgánicas y elementos metálicos reflejan a profundidad la
naciente década de la psicodelia.
Como todo gran evento mundial, el discurso oficial es, ¡claro!, la importancia de las generaciones futuras para el desarrollo de la humanidad; pero con Japón como anfitrión hay un discurso más. Luego de su derrota en la II Guerra Mundial, el resurgimiento del país en cenizas fue la industria. Condenados por EUA a la prohibición de tener un ejército, el presupuesto bélico se repartió en la fabricación de tecnología. Así llegaron a los años 60 como grandes productores de radios, autos, televisores y demás aparatos electrónicos que para entonces el mundo evitaba comprar. Para cambiar la mentalidad, Japón quería mostrarse ahora como un país al frente de la electrónica.
El viaje por los pabellones es por demás, excitante. Los soviéticos en su ímpetu de ganar, crearon el edificio más alto de la feria con el emblema comunista en la punta, pero el peculiar pabellón inflable norteamericano exhibía una alucinante roca lunar. Canadá presentó la primera película IMAX del mundo, Alemania Occidental innovó con un sistema de sonido envolvente para un millón de visitantes, incluso los Mormones tuvieron su pabellón y Pepsi Cola mostró un edificio futurista del cual brotaba niebla que aludía al frío de la bebida. Todo era innovación, progreso, tecnología. Pero hubo un solo pabellón que chocó por completo con el discurso futurista: México.
Como todo gran evento mundial, el discurso oficial es, ¡claro!, la importancia de las generaciones futuras para el desarrollo de la humanidad; pero con Japón como anfitrión hay un discurso más. Luego de su derrota en la II Guerra Mundial, el resurgimiento del país en cenizas fue la industria. Condenados por EUA a la prohibición de tener un ejército, el presupuesto bélico se repartió en la fabricación de tecnología. Así llegaron a los años 60 como grandes productores de radios, autos, televisores y demás aparatos electrónicos que para entonces el mundo evitaba comprar. Para cambiar la mentalidad, Japón quería mostrarse ahora como un país al frente de la electrónica.
El viaje por los pabellones es por demás, excitante. Los soviéticos en su ímpetu de ganar, crearon el edificio más alto de la feria con el emblema comunista en la punta, pero el peculiar pabellón inflable norteamericano exhibía una alucinante roca lunar. Canadá presentó la primera película IMAX del mundo, Alemania Occidental innovó con un sistema de sonido envolvente para un millón de visitantes, incluso los Mormones tuvieron su pabellón y Pepsi Cola mostró un edificio futurista del cual brotaba niebla que aludía al frío de la bebida. Todo era innovación, progreso, tecnología. Pero hubo un solo pabellón que chocó por completo con el discurso futurista: México.
Folletos y fotos del Pabellón mexicano |
Agustín Hernández, un joven arquitecto ganador del proyecto para el pabellón, mostraba con su edificio monolítico los recuerdos de un pasado mesoaméricano y sobre todo, del proyecto nacionalista que estaba a punto de iniciar Echeverría. Como reflejo de las instituciones, los grandes bloques de concreto y tezontle rompían la estética del lugar. Otra vez se volvieron a sacar las ya conocidas obras de arte virreinal, precolombino y contemporáneo que siempre aparecían (ninguna novedad en el repertorio). Sin embargo el curador Fernando Gamboa también quería algo nuevo...
La antes odiada generación de la ruptura son, desde del Salón Independiente de 1968, las estrellas del arte actual mexicano. Por eso Gamboa los invitó a crear una serie de murales que llenaran las salas con el tema “Progreso y armonía para la humanidad”. El resultado es inquietante.
Todos y cada uno presentaron visiones críticas al supuesto progreso armónico. Ahí aparecen cuerpos casi mutilados, ahí están los tonos cálidos desérticos de la destrucción, ahí surge el caos de la psicodelia, los sucios grises de la contaminación. Ahí están Manuel Felguérez cuestionando a las máquinas, Vlady cuestionando a la ciencia, Francisco Icaza cuestionando a la tecnología, Brian Nissen cuestionando los beneficios, Arnaldo Coen preguntado donde está la supuesta armonía.
Parece boicot pero no lo fue. Los murales pintados en una bodega al sur de la Ciudad de México, cuando llegan a Osaka no pueden ser exhibidos. El suelo de tezontle que los japoneses colocaron siguiendo las órdenes mexicanas tienen medidas diferentes, por eso los murales no caben en la exposición. En vez de cercenar los murales, Gamboa opta por prescindir de ellos y usar solo los que quepan. La feria es un éxito en Japón. Los críticos murales no son vistos ni apreciados.
Al año siguiente, la guerra de las calculadoras lleva a Japón al foco del avance tecnológico y al crecimiento desmedido. El tercer mundo se muestra ineficaz para unirse al discurso y el inicio del neoliberalismo condena su fracaso. México critica la llamada “hoguera de las vanidades” de las ferias mundiales porque nunca la puede alcanzar. Y los murales que pudieron ayudar a darle peso a la crítica, quedaron fuera de lo exhibido. Parece poético que el lugar donde ahora se encuentran dentro del Museo de Arte Abstracto de Zacatecas, fue en esa década la prisión del estado. Parece poético que en esencia sigan en prisión.
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