El pecado de Leonor

 "El Auto de Fe más grande de la inquisición novohispana"

Antigua cárcel de La Perpetua (Fotos: Mario Yaír T.S.)

Fue una pavorosa bola de nieve. Luego de pelearse con su tío Francisco, un adolescente llamado Gaspar de Robles acudió a la Santa Inquisición para acusarlo de judaizante en 1641. En aquel entonces, la inquisición novohispana sufría críticas en España por la ausencia de judíos en sus prisiones, cosa que en Perú se cumplía con gran satisfacción. Al llegar el joven Gaspar ante el tribunal, los inquisidores vieron la oportunidad de reivindicarse y ordenaron apresar y torturar casi enseguida a Francisco Enríquez.
 
Enríquez murió con todos los miembros dislocados en el potro confesando los nombres de sus amigos y familiares que practicaban la Ley de Moisés. Gaspar daría en una segunda audiencia muchos más. Al cabo de unos días, el Santo Oficio había logrado apresar a cerca de 70 personas bajo sospecha de judaizantes. Pero en las semanas siguientes se toparon con un problema.
 
Conforme fueron interrogando en juicio a uno por uno, no se lograba hacerlos confesar sus delitos y simplemente decían cosas menores que no sostenían la causa en su contra. Llevados a los trámites burocráticos hasta el cansancio, iniciaron con las torturas pero aun así solo lograban obtener los mismos resultados. En uno de los expedientes, un inquisidor anota “se padece mucho en hacerlos confesar”.
 
Vestigios de la casa de los inquisidores de la Ciudad de México
 
El proceso comenzó a alargarse y para 1644 los presos ya mantenían una fiera complicidad en la cual habían logrado comunicarse entre celda y celda sin que los alguaciles lo notaran. Sería un inquisidor quien aseguraba que con ayuda de pequeños golpesitos con las piedras, habían codificado el abecedario completo para evitar los interrogatorios y armar justificaciones a sus delitos.
 
Los más fáciles de descubrir fueron los hombres quienes eran examinados físicamente para hallar la circuncisión, pero por un lado algunos no la tenían y por el otro aseguraban que sus padres habían hecho el ritual pero ellos no lo habían seguido. Los casos se alargaron hasta 1647 cuando en la fatiga de prisión salió a la luz de boca de Gaspar de Alfar, el nombre de Leonor Martínez. Un alguacil acudió en su búsqueda y la halló escondida en la casa de su sirvienta Ana María. Leonor fue llevada al cuarto del Alcaide Francisco Ruiz en donde estuvo presa del 20 de mayo hasta su primer interrogatorio el 5 de julio. Ella confesó llamarse Leonor Martínez, natural de la Ciudad de México pero sin saber, bien a bien, si tenía 12 o 13 años. 
 
La pequeña Leonor confesó que sus padres eran Tomás Treviño y María Gómez, pero que pasaba más tiempo con su abuelita Leonor. Ella le había enseñado una oración al Ángel Mío y los domingos acostumbraba el ayuno. Además no comía carne ni chocolate. Los inquisidores que ya tenían presa al resto de la familia creyeron ver en estos actos la confesión de que la familia practicaba ritos judíos, pero para estar seguros acordaron mantener presa a la niña exactamente en la celda contigua al cuarto de torturas, de tal manera que oyera los gritos y suplicios hasta que la niña solicitara audiencia.
 
Ese día llegó apenas cuatro días después pero los inquisidores no obtuvieron lo esperado, la niña simplemente pidió compañía pues se sentía sola en la celda. Leonor fue entonces formalmente acusada de apostata, judaizante, encubridora de herejes y conversa en la ley muerta de Moisés.
 
Instrumentos de tortura
 
El lunes 30 de marzo de 1648 fue llevada en un auto particular de fe hasta las afueras del Templo de la Profesa en donde vestida con un sambenito amarillo y una vela verde, abjuró públicamente su fe y pidió piadosamente ser admitida en la fe católica. El juez sentenció que sería desterrada de todas las Indias Occidentales y que sería enviada al Tribunal de España (para que este conociera la efectividad del tribunal novohispano) y después fuera desterrada de Sevilla y Madrid. El embarque tendría lugar en abril de 1649 después del Auto Grande.
 
20 mil personas se dieron cita a un costado del Palacio Nacional, en la Plaza del Volador, para ver el Auto Grande aquel 11 de abril de 1649. En toda la historia de Nueva España, aquel sería el auto de fe más grande de la inquisición novohispana pues relajaría a todos los reos judíos que tenían en prisión. Eran 13 reos que salían de prisión y 65 efigies que representaban al resto de los presos (pues habían muerto en la cárcel o durante las torturas). Los huesos de estos, iban en una cajita para arrojarlos en la hoguera. Llevada por los inquisidores a un sitio especial se encontraba la niña Leonor obligada a ver todo el proceso de principio a fin. 
 
Terminado el juicio y leídas las sentencias públicas, toda la comitiva se dirigió al frente del templo de San Diego, a un costado de la Alameda para ejecutar la sentencia. Ahí iban los padres de Leonor y su abuela quienes fueron amarrados a sus respectivas hogueras. La gente vociferaba contra aquellos delincuentes que profesaban una religión diferente. Se colgaban de los árboles solamente para verlos arder. Las hogueras se encendieron y los cuerpos de su familia se prendían ante una multitud que celebraba el acto. Solo Tomás Treviño estaba vivo lanzando insultos contra el tribunal mientras el fuego lo consumía. Obligada por las manos de los inquisidores a ver toda la escena, Leonor fue embarcada enseguida con rumbo a España. Nada más de ella se volvería a saber.
 
Antiguo Templo de San Diego

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