El secreto de la casona

“El misterio familiar de los marqueses de Villar y el orgullo de Querétaro”
 
Casa de la Marquesa de Villar (Fotos: Mario Yaír T.S.)

Nadie sabe lo que pasa dentro de aquella casona. Para la plebe, aquellos son sueños de fantasía que nunca podrán alcanzar, por eso solo hay que quedar conformes con ver desde las rejas los patios interiores que decoran la casona. En el siglo XVIII la moda es abrir las puertas de madera dejando las rejas cerradas para que la gente vea desde la calle los que se muestren más ostentosos para saber quien vive con la mayor opulencia; y desde hace unas semanas la gente puede finalmente admirar los de la Marquesa de Villar.
 
Su nombre es Josefa Paula Guerrero Dávila Fernández del Corral. Es la mujer que sale de la residencia en su palanquín con vestido enorme y peluca francesa. La gente que la mira pasar descubre una piel blanca por las cremas y un lunar falso en la sien como dicta la moda. El Marqués Juan Antonio de Urrutia. Luce siempre los mejores trajes y un sombrero que lo protege del sol porque tiene la piel delicada. Nunca lo han visto salir de la casona; lo que pasa es que el marqués no vive ahí, sino en la cuadra siguiente. ¿Por qué vive separada la pareja? Se preguntan entre halillas y rumores los suspicaces queretanos…
 
Fuente del Marqués de Villar
 
Ambos se casaron jóvenes por conveniencia de los títulos, sin embargo desde 1689 el Marquesado de Villar venía con una maldición. Cuando el Marqués obtuvo el título por parte de su abuela en 1694, lo primero que pensó fue en dejar descendencia. Si los títulos eran buenos, la belleza, salud y atributos de su cónyuge lo eran aún más. La pareja puso manos a la obra, pero a Doña Josefa nunca le detuvo la regla.
 
Hartos de no poder concebir, consultaron a varios médicos que le recetaron ejercicios y brebajes que la marquesa bebía con mucho asco, pero nada surtía efecto. Al final la bella dama acababa volviendo el estómago o enferma de tomar aquellas soluciones. Luego intentaron con una curandera, que por más hierbas que restregaba en el vientre de la mujer nada se preparaba.
 
El marqués más por obligación que por comparecencia accedió por petición de su mujer a tomar a una de sus sobrinas cercanas. En el absoluto silencio y para conveniencia de la familia, el hijo procreado sería tomado por los marqueses como propio, heredando la fortuna y forjando el linaje familiar pues seguiría corriendo por sus venas la sangre de ambas familias. El plan apenas comenzaba a urdirse y como coronación del poder, el marqués ordenó la construcción de una nueva residencia más opulenta que la anterior para la feliz familia. Pero la noticia asoló a ambos al descubrir que la infértil no era la marquesa. 
 
Acueducto de Querétaro
 
Sintiéndose la sobrina ultrajada prefirió a entrar al convento que la propia familia financiaba y protegía. El marqués consiguió comprar su silencio con un esfuerzo público. Por más que las monjas quisieron que Sor Marcela contara lo que había detrás de su relación con el marqués, ella nunca dijo ni una sola palabra sobre los motivos que orillaron al marqués a entregar a la ciudad un frondoso acueducto. 
 
Parecía sellado el fin de nuestra historia hasta que una tarde en que la marquesa volvía de sus asuntos, halló dentro de la vieja casa al marqués con alguien con quien aun siendo fértil el caballero, no podría tener un hijo. Mancillado el honor de ambos, hacer público aquel escandaloso pecado que atentaba contra la ley y contra la fe, acabaría dañando más a la familia; por eso acordaron callar. La marquesa exigió desde ese día la casa grande que se terminaba de construir mientras él quedaría recluido en la casona vieja.
 
Nadie sabe los secretos de esa misteriosa familia. Solo se ve la opulencia en que viven y lo que pasa en la calle. Solo se ve al señor en una casa y a la señora en otra. Solo se ve que no tienen hijos. Solo se ve que un acueducto se mantiene en construcción. Por eso los queretanos prefieren dar rienda suelta a la imaginación y hay mil historias que rodean a la honrosa pareja que le dio identidad barroca al Querétaro del siglo XVIII. Lo único cierto es que ni las piedras del acueducto, ni las paredes del convento, ni las vigas de las casonas, nos han logrado relatar lo que ocurrió en realidad.  

Casa de la Marquesa en Querétaro

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