El tiempo del mural
“Las anécdotas en torno a la técnica
de Guillermo Ceniceros”
Existen unos bastidores de madera
con fibra de vidrio pegada con acrílico. Sobre estos, las pinturas pueden crear
formas interesantes que aprovechan los artistas para sus obras, pero cuando
Guillermo Ceniceros conoció el material prefirió experimentar con él. Poner
pasta, raspar, poner pintura, sacar figuras; en la pintura de Ceniceros las
texturas son partes integradas a la pieza que la dotan de formas a veces
bruscas, a veces delicadas, que aparecen con la talla de una pala y la maestría
de un pincel. Le da un tono desgastado, antiguo, dañado, complejo.
Por eso Ceniceros usó esta técnica
para sus murales. Con ayuda de sus aprendices pintaba y raspaba las paredes
para descubrir las formas. Pintaba y raspaba, pintaba, dejaba secar, y quitaba.
- Se ve que son nuevos – les grita un vigilante que los mira pintar desde lejos
– no les sale ¿verdad?
A Ceninceros le encomendaron la
tarea de crear unos murales para la estación del metro Tacubaya en 1986. En una
ocasión cuando se dirigía a la universidad, pasó por el metro Copilco y
descubrió sus enormes paredes desnudas, por eso pidió pintar algo ahí. Es “El
perfil del tiempo”, un diálogo entre el arte del viejo y del nuevo mundo.
Picasso se encuentra con Torres García, El Bosco con Posada, Da Vinci con
Rivera, Rodín con Tamayo. El discurso pictórico es fácil de entrever, pero el
perfil del tiempo solo lo podían dar las texturas del pintar y el raspar.
Sus ayudantes pintaban las capas.
Una blanca, encima una azul, luego una verde. Y luego bajaban por una espátula
y raspaban. Una señora que pasaba por ahí los miro raspando la pintura - ¿QUÉ
ESTÁN HACIENDO, VÁNDALOS? – y como pudo los golpeó a bolsazos en el andamio
acusándolos de arruinar la obra.
El día de la inauguración cuentan
que Ceniceros no estuvo. El presidente Zedillo y la comitiva gubernamental se
habían dado cita para develar la placa frente a la prensa. Ceniceros dice que
si fue, el problema es que se equivocó de lado del andén y por eso ya no pudo
pasar, y pues ni modo, vio la ceremonia de lejitos.
- ¿Ya tienen tiempo la pintura
verdad?
- Mínimo la hubieran restaurado
antes de ponerla – decían los periodistas.
Dos días después de la inauguración,
el inspector de obras del metro llegó con los artistas que trabajaban en la
segunda parte. Indignado y enojado, llamó a Ceniceros – Hay algunas cosas que
las acaban de hacer y ya se están deteriorando, y es el caso suyo. ¡Mire este
mural! Lo acaban de inaugurar y mire que viejo está ya.
En 1998 Ceniceros donó parte de sus
obras a su natal estado de Durango donde se creó un museo en su honor. Cuentan
que en una ocasión, un escritor anónimo visitó el museo encantado conociendo la
obra de aquel artista al que los capitalinos le conocen el mural, pero
difícilmente el caballete.
Al volver de su viaje por Durango,
presentó un libro en la colonia Roma y de ahí fueron a una casa cercana de uno
de los asistentes que los invitó a pasar una velada. El escritor pidió un
whisky con dos hielos al anfitrión y cuando se lo entregó alguien le dijo – te
presento a Guillermo Ceniceros
Muy sorprendido de haber conocido su
museo hacía unos días le dijo - ¿Qué no te habías muerto?
- Pues no aquí estoy – dijo el único
pintor capaz de usar el pincel para jugar con el tiempo.
Comentarios
Publicar un comentario