Las señales del destino
“Esta fue la accidentada vida del
arzobispo virrey fray García Guerra”
Fray García Guerra salió de su
camarote y avanzó hasta el carruaje a un lado del galeón que lo esperaba en el
Nuevo Mundo aquel 19 de agosto de 1608. Todo Veracruz se desvivía por recibir
al arzobispo que miraba con cierto desdén aquellas tierras insalubres. Conforme
el carruaje avanzó lentamente por la Nueva España, fray García fue descubriendo
cada vez más riqueza a su paso cosa que le vino de provecho. Así llegó la
comitiva a Huehuetoca donde virrey y arzobispo se verían las caras y seguirían
su camino rumbo a la ciudad…
Estando el carruaje pasando por el
lodoso camino, un bache provocó que volcara arrojando a sus dos importantes
asistentes al lodazal. Pronto llegó la comitiva que los seguía a levantarlos.
El virrey que ya tenía achaques de la edad no se quejaba más que de costumbre y
el arzobispo apenas tenía unos cuantos rasguños. El suceso quedó para las
anécdotas pero a fray García nunca se le iba a olvidar.
La entrada de fray García aunque
fastuosa, no perdió humildad. Fray García decidió montar un burrito tal y como
la sagrada familia entró en Nazaret. No quiso tantas loas ni tanta fiesta. El
dinero se le iba en limosnas a los menesterosos que incluso vendía el
mobiliario del arzobispado para entregar a los humildes.
Estando inspeccionando las
fundaciones, fray García Guerra llegó al convento de la Encarnación donde se
encontró con dos monjas, Sor Mariana y Sor Inés. Sor Inés de la Cruz había
llegado de Toledo y su padre le enseñó latín, era una mujer silenciosa que
descubrió su voz en la música, pero no con su propia voz pues desafinaba como
ninguna. En lugar de ello se dedicó a componer canciones sacras y profanas que
pocos entendían pues no entendías las notas que ella quería brindar. Solo
Mariana de la Encarnación pudo congeniar con ella, pues siendo religiosa desde
los ocho años podía entender lo que Inés hacía.
Ambas eran además amigas de música y
sazón, cosa que encantó a fray García. Y así se volvieron habituales sus
visitas al locutorio donde le ofrecían deliciosos dulces y otros platillos
además de deleitarlo con la vihuela o la guitarra y brindar una conversación a
la altura de su eminencia como nadie más podía ofrecer en la ciudad.
Pero aquellas monjas no estaban
conformes con la regla del convento y buscaban algo con mayor rigidez. Sabiendo
que su amistad con el arzobispo debía traer algo de provecho, ambas comenzaron
a hablarle al fraile de fundar una orden carmelita (que no existía en el país).
El fraile acaso poco interesado, simplemente atinó a decir en broma - ¡Ah mis
queridas hermanas!, si a Dios pluguiera el puesto del virrey, yo seguramente os
ayudaría a comenzar la construcción.
Convento de la Encarnación |
Cierto día que fray García volvía de
Santa Mónica en su carruaje de mulitas, una de ellas se espantó y empezó a
despotricar por la ciudad. El cochero por más que intentó calmarlas para
detenerse, se arrojó a la calle en el turbulento viaje dejando a fray García a
la deriva. Cuando este se asomó a la ventana vio que nadie comandaba el coche
que se azotaba con la tierra del camino. Abrió la puerta del coche y decidió
lanzarse como el cochero, pero ocurrió que el hábito quedó prendado de la
puerta y el fraile tuvo una caída de cabeza que lo espantó.
Para tranquilizarse por el viaje,
volvió con sus monjas amigas. Cada vez las visitaba intentaba darle vueltas al
asunto del convento, pero en esa ocasión Sor Inés llegó con una alegría
inédita. Se hincó ante el arzobispo y le contó que aquella noche había tenido
una visión mística en donde lo veía virrey. Fray García no dio crédito a lo
dicho y simplemente continuó la velada; al salir del locutorio Sor Inés le
pidió no olvidar su promesa y el fraile volvió al arzobispado.
¡Noticias de ultramar! El virrey
Luis de Velasco tenía que salir a España y como Felipe III confiaba en la
administración del arzobispo optó por nombrarlo sucesor del virrey. Pero esta
vez fray García dejó la humildad de lado y lo celebró con gran fiesta. Ordenó
fuegos artificiales, arcos triunfales y loas, pidió corridas de toros y su
reentrada a la ciudad la hizo a bordo del más fino corcel. Para no estar cerca
de la plebe en los toros que tanto le encantaban ordenó construir una plaza de
toros dentro del mismísimo palacio donde solo lo más selecto de la sociedad lo
iba a acompañar.
Una carta de Sor Inés llegó su
despacho, le pedía de favor que no festejase la primera corrida el viernes
santo por respeto a la pasión. Pero fray García cegado en alegría siguió adelante
con sus planes y ocurrió que a unos minutos de iniciar la corrida, un temblor
azotó la ciudad. Fray García estaba en su palco de cantera cuando el temblor
hizo que se desprendiera un trozo de muro que cayó a un lado de él matando a
los asistentes que lo acompañaban.
Pasado el espanto fray García no
canceló las corridas que tendrían lugar todos los viernes pero quizá por el
susto, desde entonces, unos dolores de cabeza no lo dejaban en paz. 1611 fue un
mal año para García; temblores, eclipses, caídas y un dolor de cabeza como
nunca habían acabado con su salud. El médico de la corte al verlo dijo que
conocía el caso y preguntó si en alguna ocasión había sufrido por casualidad
una caída. Fray García que no halló remedio en la medicina visitó a sus amigas
monjas que le habían dado el milagro de ser virrey. Desde que había tomado el
cargo no las había visitado y por más que ellas lo esperaron a cumplir con su
palabra el arzobispo virrey se ocupaba en fiestas y desencantos.
- Rogad a Dios por mi salud, que cuando
la recupere costeare con todo lo permitido vuestro convento. Juro
arrepentimiento eterno y agradeced por mí a Dios.
Sor Inés le asestó una mirada
compasiva y simplemente le dijo – Eminencia. Vuestros males son solo
temporales. Agradeced a Dios en persona pues pronto se encontrará ante él…
Esa es la historia del virrey
arzobispo, un frágil hombre que murió el 22 de febrero de 1612 rodeado de
médicos que le hacían sangrías y en el más profundo dolor. De Sor Mariana y Sor
Inés, la perseverancia y el nuevo virrey ayudaron a su cometido. Ambas
recordarían en sus memorias a aquel hombre que gustaba de visitarlas antes de
enfermar de poder.
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