Muñecas de trapo
“La vida laboral de una costurera
citadina en 1985”
Las costureras
confiaban en el patrón; lo querían. Y es que era bueno el patrón. Don Elías
Serur les había dado empleo en la fábrica Dimension Weld de San Antonio Abad.
Ahí laboraban de 10 a 12 horas diarias en una máquina de coser para crear
pantaletas y otras ropas. Si el patrón quería, iban a trabajar los fines de
semana. Era tan bueno el patrón que les daba trabajo extra para que lo llevaran
a sus casas y ganaran un guardadito fuera de nómina. Modesto, no muy alto. Era tan bueno que cuando
se iba de viaje a Roma, les traía una foto del papa. Estaban conformes con el
patrón.
Martín, uno de
los obreros de la fábrica explica las condiciones de trabajo. No les dan batas,
mascarillas ni botas para lidiar con los solventes. A veces cuando las máquinas
se sobrecargan, las costureras tienen quemaduras de tercer grado pero no hay
médicos que las atiendan ni pueden salir del edificio porque se les descuenta
el día entero. Si llegan tarde o enferman también el día se les descuenta. Si
van al baño se les descuenta el tiempo. No hay Seguro Social ni prestaciones. Lo común es despedirlas en diciembre y
recontratarlas en enero para no pagar el aguinaldo.
Han pasado 80
años desde las primeras luchas obreras en México y en pleno centro de la
capital más moderna del país las costureras viven trabajando como si al ingresar a los edificios entraran a una novela de Dickens en
siglo XIX. ¿Sindicatos? No pueden organizarse ni mencionar la palabra porque
caen en la lista negra y ya en ninguna fábrica las contratan. La situación es
la misma en las fábricas Topeka, Amal, Annabel, Dedal y tantas otras. Cuando
los funcionarios de gobierno llegaban a checar las medidas de seguridad, el
estado de los inmuebles o la situación laboral, todo se arreglaba con un
billetito. Así es la situación laboral de la colonia obrera en México durante
1985.
El 19 de
septiembre, la colonia luce un panorama dantesco con las fábricas
venidas abajo por el peso de las maquinarias sin regulación. Las costureras que
apenas llegaban al relevo, al ver que nadie les ayuda se acercan a los
escombros a sacar a sus compañeras atrapadas. Las que sobrevivieron lo hicieron
colgándose de las telas que lanzaron desde las ventanas. En minutos llega el
ejército a quitar a las mujeres y a custodiar la zona, nadie puede entrar o
salir a los edificios. Preocupadas por haber quedado sin trabajo, las
costureras aguardan a que lleguen los patrones. El desastre poco importa, pero ¿qué pasará con sus compañeras? ¿qué pasará con el trabajo?
A la mañana
siguiente unas camionetas llegan a la fábrica y los miembros del ejército
comienzan a entrar en acción. Se meten entre los escombros y van sacando una a
una las 23 máquinas de coser del lugar y la caja fuerte. Las mismas escenas se repiten en el resto de las fábricas. Policía y ejército
ignoran (porque así se les ordenó) los gritos de las mujeres atrapadas que
agonizan cerca de las máquinas. Entonces, las costureras al ver la escena inhumana detienen a quienes prefieren rescatar
cajas fuertes en vez de personas y empieza el escándalo.
En el lugar del
desastre Elías Serur llega con una vieja camioneta chocada que les da a las
trabajadoras que sobrevivieron para que la vendan y se ganen algún dinerito.
El hombre se siente el papa con tan noble acción. Entonces las costureras finalmente se sacuden el polvo de los ojos. Ante la tragedia, las mujeres alzan la voz por vez primera contra los patrones.
A Serur le echan en cara los años de explotación laboral; él planea (como buen empresario con estrategias) declararse
en quiebra para no tener que pagar ni una sola indemnización. Los periodistas
plasman la pelea que ocurre en las calles y las palabras que Serur lanza –
Ustedes son privilegiados. Mejor que tener empleo no hay nada y si ahorita
hablan más de la cuenta es porque le tienen miedo al trabajo […] a ver si
convencen a la ley. (Es verdad. Serur tiene macabramente, en el mundo de la corrupción y la impunidad mexicana, la ley a su favor).
Unas compañeras
llegan a Televisa y buscan a Jacobo Zabludovsky para que documentara el caso;
él se niega a porque la fábrica Carnival era de su compadre Moisés Assa y ¿cómo
le iba a hacer eso a su compadre? El líder de la CTM Fidel Velázquez dice que el solo conocía
a la costurera que le cosía los botones. La sociedad no entiende porque las obreras merecen derechos si solo son obreras... Un mes después cuando aún continúan
las labores de rescate que el gobierno no quiso hacer “para evitar saqueos en
las empresas”, en uno de los edificios se descubre un elevador intacto lleno de
mujeres que por no ser sacadas a tiempo murieron asfixiadas. Muchas más, se revela posteriormente, alcanzaron las salidas de emergencia pero estaban cerradas con cadenas porque los dueños las habían encerrado en los edificios para evitar
robos. Ante las pruebas, la indignación comienza a crecer.
Colectivos
feministas y de mujeres lesbianas toman cartas en el asunto y se lanzan a
apoyar a las costureras. En la Universidad del Claustro de Sor Juana nace el
primer foro de solidaridad. Se contactan artistas que trabajan lado a lado con
las costureras para crear muñecas de trapo que sean subastadas a cambio de
dinero para la causa. El terremoto sacudió el alma del gremio y las despertó de
la explotación. El terremoto ahora se veía chiquito comparado a los años de miseria de cada uno de los patrones que desde sus casas en las Lomas, se desentienden de la situación. La lucha sindical de las costureras por destruir un sistema que en 2017 vuelve a aparecer, apenas acaba de iniciar.
Comentarios
Publicar un comentario