La lana del señor Preux
“Cuando hacer tapices se consideraba un arte”
Tras
huir de la II Guerra Mundial, Sonia Preux llegó a la Universidad
Iberoamericana para fundar un taller de tapicería que funcionó de 1942 a
1960. Así su hijo Pedro Preux conoció el mundo de la tapicería y
formalizó sus estudios en la fábrica de gobelinos de París. El tapiz era
entonces un arte que se exhibía en museos y galerías para deleite de la
clase alta mundial. Preux volvería a México para ser profesor en la
Ibero y en la ENAP.
Cuando Chávez Morado lo conoció, lo convenció
de fundar un taller de tapicería y así nació el Taller de Tapiz en
1963. Tapices que se exhibían en la galería de las Pecas (Galería
Pecanins) o en el Museo de Arte Moderno. Ligados al mundo indígena y a
los ideales populistas nacionalistas de Echeverría, el INBAL decidió
patrocinarlo dándole casa en el antiguo convento de la Merced a partir
de 1973.
Resguardados en el convento, todos los talleristas
dejaron sus creaciones de lana ahí. Ahí estaban el “Homenaje a Juan
Rulfo” que había hecho Felipe Ehrenberg, las “Horas Imprecisas” de
Arnold Belkin, el “Paisaje” de Valdemar Luna, el “León” de Leopoldo
Flores, los “Signos” de Benito Messenger, el “Minotauro” de Carlos
Mérida, y varios sin títulos de Toledo, Marcela López, Alfredo Zalce y
el propio Preux.
Acercamiento lunar |
Desde su oficina, Preux decía para un reportero
de Proceso “Como consecuencia del 68 me tocó en una escuela de
artesanías y diseño, la experiencia de gente con ideas políticas
seudo-progresistas que, al desconocer los problemas de los artesanos y
del diseño, pusieron en una situación muy precaria a la escuela”. Preux
criticaba que los artesanos tuvieran que ser trasladados a la ciudad
para su educación artesanal, pero también que las escuelas se
trasladaran a ambientes rurales donde la infraestructura era
insostenible.
El mejor lugar donde hallaría inspiración no
urbano, ni rural, sería Guadalajara, por eso renunció al taller en 1984
para buscar la fundación de un nuevo espacio para las comunidades del
norte. Destino misterioso… un año más tarde, el terremoto destruyó la
sede en la ciudad. Desde entonces el taller comenzó una lenta agonía y
un largo peregrinaje por distintas sedes (una de ellas la escuela de
arte de La Esmeralda) hasta que un día el INBA consideró que la
tapicería era un arte caduco y lo cerró en 1995. El arte conceptual
dominaba las escuelas. Nunca más se volvió a saber de los tapices ni del
taller.
Una mañana de junio de 2011, entre lágrimas, Mónica
Preux tomó el teléfono y buscó comunicarse con María Fernanda Matos
Moctezuma (entonces coordinadora de Artes Plásticas del INBA). La
noticia sería terrible, una embolia masiva había acabado con la vida de
su padre, Pedro Preux. La llamada nunca fue contestada. Ni siquiera
cuando salió la noticia, la directora del INBA, Teresa Vicencio dio
señales de vida. Al paso de los días y sin ninguna respuesta ni
comunicado, Mónica optó por dar la nota a Proceso. Las instituciones
culturales nunca contestarían.
Todo cambió hasta aquella tarde de
2013 cuando sonó el teléfono de Mónica. Le llamaban desde la Escuela de
Arte de la Esmeralda. Alguien se había preguntado que había dentro de
aquel closet siempre cerrado en la biblioteca. Curioso y custodia se
acercaron al mueble con una llave perdida y al abrirlo, ahí estaban
silenciosos y escondidos, sin ningún rasguño ni daño por el tiempo,
todos los tapices del taller. –Cómo si los hubieran tejido ayer – le
decían. Los químicos que el taller había creado, conservó telas y
colores a la perfección.
Preux cuenta en 1980: “- Yo creo en los
dinosaurios, esos seres de tiempo completo en su oficio. Son
vulnerables, fáciles de atacar. Pero sobrevivirán en su búsqueda de
expresión plástica al abandonar este lastre que ha transformado la vida.
La expresión artística no se perderá nunca. Es la expresión humana más
vital. Más genuina.”
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