Un largo peregrinar
“El peregrinaje más misterioso a La Villa del que se halla tenido noticia”
Esa
tarde del 21 de diciembre de 1890, el manto negro de las estrellas
estaba por caer en la ciudad de San Luis Potosí. Recién salido de haber
comulgado, el Padre Rector del Colegio Seminario se topó con un
viejecito canoso, envuelto en harapos y con un equipaje que descansaba
con él en una esquina del patio. El viejecito le preguntó con un español
muy extraño si era el rector y este contestó afirmativamente. Entonces
sacó de entre sus cosas un pequeño paquete.
El rector recibió el paquete y el misterioso viejecito se presentó como Juan Filión. El rector, docto en los idiomas, descubrió que Filión hablaba inglés y francés; solo así pudieron comunicarse. Lo invitó a pasar a una sala y tomar una taza de chocolate. Filión aceptó a regañadientes pues su humildad no le permitía tal atrevimiento.
Había tenido muchos problemas en su vida pero un día escuchó hablar de la virgen de Guadalupe, una milagrosa figura que había aparecido en un lejano cerro de México. Por eso se encomendó fervientemente a ella, recibiendo todos los favores prometidos. Filión prometió a cambio peregrinar a pie hasta el santuario que no conocía, pero no había sido un viaje fácil.
El rector recibió el paquete y el misterioso viejecito se presentó como Juan Filión. El rector, docto en los idiomas, descubrió que Filión hablaba inglés y francés; solo así pudieron comunicarse. Lo invitó a pasar a una sala y tomar una taza de chocolate. Filión aceptó a regañadientes pues su humildad no le permitía tal atrevimiento.
Había tenido muchos problemas en su vida pero un día escuchó hablar de la virgen de Guadalupe, una milagrosa figura que había aparecido en un lejano cerro de México. Por eso se encomendó fervientemente a ella, recibiendo todos los favores prometidos. Filión prometió a cambio peregrinar a pie hasta el santuario que no conocía, pero no había sido un viaje fácil.
Maqueta de la Basílica de Guadalupe en los años 30 |
Enfrentado al calor del desierto, durmiendo bajo el frio de las montañas, cruzando ríos y atacado por fuertes ventarronas, Filión le dijo que tenía unas fotografías. Quería ofrecerlas como obsequio a la virgen pero tenía miedo de perderlas o que se maltrataran más en el viaje, así que le pidió de favor al rector si podía enviarlas al santuario sabiéndole que le podría ser más fácil, mientras tanto el seguiría a pie su peregrinar.
El rector desamarró el mecatito que las agrupaba y halló esos rostros solemnes de la década retratados en fotografías de estudio. Una de ellas era el mismo Filión que parado con un trajecito miraba a ese horizonte invisible que los fotógrafos marcaban antes de activar el flash. Al sentirlas con la mano, algunas estaban dobladas y medio rotas. A una se le reconocían los pliegues de mojarse. – ¿Pues de dónde vienes? – preguntó intrigado el rector. Filión respondió – De una ciudad pequeña llamada Quebec, en Canadá.
Milagros de Guadalupe |
El rector le había ofrecido un boleto de ferrocarril, pero Filión lo rechazó argumentando que su manda era llegar a pie. El Padre José Antonio Plancarte y Labastida recibió las fotos en la ciudad de México justo cuando el sagrario se encontraba en remodelaciones. Intrigado por la historia, los días siguientes Plancarte puso especial atención a cada uno de los asistentes al sagrario, pero nunca pudo identificarlo. Las fotos fueron guardadas junto con los miles de objetos de la basílica clasifica y custodia en sus bóvedas como favores del pueblo y ahí terminó la anécdota para Plancarte.
Dos años después se inauguró el sagrario remodelado un 12 de octubre de 1895. En 1896, el rector de San Luis Potosí fue a conocer el sagrario remodelado y estuvo paseando por los alrededores de la Villa de la mano de Plancarte. Entonces reconoció en la calle al viejecito – Si – le dijo Filión – esa vez estaban remodelando el sagrario y por eso vine otra vez.
Tan misterioso como extraño, un personaje llamado Arturo Moreno de quien no se sabe más que su nombre, conoció la historia narrada en las misivas históricas de la basílica en 1969. Y así como 80 años atrás un misterioso canadiense envió unas fotografías, este regaló un retrato de Juan Filión a la basílica narrando lo sucedido. El testimonio de ambos solo queda en un retrato y unas fotografías que el templo resguarda celoso junto a millones de objetos que cuentan pequeñas historias de vida.
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