Un vuelo pendiente

“El dramático final de un fin de semana”
 
Sobrevolando la ciudad (Fotos: Mario Yaír T.S.)
 
El avión comienza a andar sobre la pista, es un DC-3 Douglas con 17 tripulantes a bordo. Para los niños que iban ahí, los viajes en avión eran habituales pero aun así voltean a las ventanas a ver el horizonte. El valle de México era muy diferente en 1955, los campos cercanos al aeropuerto aún son verdes. Nadie sabe que en la cabina los botones y las alarmas comienzan a sonar. Pero mientras los pasajeros ignoraban el toser del ala, uno de los niños observó cómo el motor izquierdo dejó de funcionar.

Apenas habían pasado 3 minutos desde el ascenso. Hacer un aterrizaje de emergencia era imposible pues el avión debía regresar a la pista y aun no terminaba de despegar. Las alertas resonaron entre los pasajeros ¡Nadie se mueva! ¡Siéntate, quédate quietecito! Una sobrecargo que sabía del peligro comenzó a rezar. La única manera era aterrizar en lo que queda del lago de Texcoco. Pero el avión se inclina de lado, la gasolina en los tanques del motor averiado está haciendo tambalear al avión.

Aeropuerto Internacional de la CDMX

En la torre de control la comunicación es constante; desde los enormes aparatos escuchan la emergencia del piloto. Los vuelos están varados en la pista. En lo alto, uno de los controladores alcanza a ver el avión en el paisaje inclinarse. Está tan bajo que el radar ni siquiera lo detecta. La bruma estorba la vista y ya no se ve nada. Un estruendo viene de las bocinas. De pronto el silencio en los audífonos. –Creo que se acaba de desplomar…

Como suele suceder, los primeros en atender la emergencia son los periodistas. Un fotógrafo de “La Prensa” capta al avión atrapado en el fango. El ala izquierda está completamente despedazada y solamente una llanta aparece flotando en el horizonte. Algunos curiosos con espíritu de heroísmo se arrojaron al agua por sobrevivientes. En el último accidente los que sobrevivieron se ahogaron en el lago por estar inconscientes. Había que actuar rápido.

Uno de los niños sale empapado. Su nombre es Leonardo Lazo de 6 años. Al poco tiempo los bomberos llegan con una lancha prestada. El niño se encuentra llorando, sale otro pasajero. Una maleta estorba, la avientan lejos. Otro pasajero prensado aparece quejándose. Para ese momento, un auto se dirige a toda velocidad con rumbo a la casa de la colonia Roma donde habita la madre de Leonardo. El sepulcral sonido del teléfono funge como chirriar de ave de mal agüero con una llamada desde el aeropuerto.
 
Sonora #80

- Vente, acá vas a estar bien – le dicen los hombres al niño - ¡Papito! – grita entre sollozos - ¡No hasta que salga mi papito! -. Uno de los médicos lo carga a regañadientes rumbo a la ambulancia. Pudo revisarlo ahí, pero la siguiente escena no es apta. El cadáver de su hermano Carlos de 11, aparece atrapado en un asiento con una mirada macabra.

El auto negro llega a la casa de Sonora #80. Una mujer con el rostro desencajado se prepara para abordarlo. Hace unas horas el mismo carro había llegado a llevarse a su marido y a los 5 niños que salían emocionados porque irían a Zihuatanejo. No sabe si avisar a su vecina que despidió a su hijo de 12 años con una bendición porque los acompañaría en el vuelo. El auto oficial sale entre los flashes de las cámaras que quieren captar la escena. La calle está a punto de ser invadida por Cadillacs y Mercedes.

El teléfono interrumpe el desayuno del presidente Adolfo Ruiz Cortines. Mientras viajaba para supervisar las obras de la carretera Acapulco –Zihuatanejo, el Secretario de Comunicaciones, el arquitecto Carlos Lazo, acaba de morir.
 
La muerte del Secretario de Comunicaciones, Carlos Lazo

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